miércoles, 27 de enero de 2016

Vericuentos 14 (Gutenberg)



De entrada lo confundí con un vendedor de biblias de puerta en puerta. No me inspiró confianza: estaba pálido como un papel. Su aspecto me parecía conocido, lo tenía bien grabado, alguien turbiamente popular; un personaje con mala prensa. Una caricaturesca copia de los distribuidores de La Atalaya
Aunque su cara no era lo que se dice, un libro abierto, deduje que su carácter era el de un tipo móvil, voluble. De él emanaba un olor a metal caliente, a hierro fundido. Un individuo de cierto volumen con ropas flojas y raídas, como desencuadernado. Hombre mayúsculo de viejo cuño con gestos minúsculos y una presencia del todo inédita. Tal fue mi primera impresión.
Me extendió un pliego que contenía muchas erratas señalando con el índice unas letras góticas. Algo no encajaba en el molde. Meneé la cabeza para dar a entender que no tenía tiempo pero el sujeto no quitaba el dedo del renglón. Por supuesto, obtener dinero era su tirada. Insistió en que leyera una cláusula acerca de patentes y regalías. "No invente", repliqué un poco iracundo pero en aras de la ecuanimidad corregí mi estilo.
La falta de aplomo suele dejar amplios márgenes para la impertinencia, así que como colofón lo despedí con un portazo. Creo que estuve ejemplar. Yo no me ando con medias tintas. 

viernes, 15 de enero de 2016

Yantar de Gesta 6 (Shakespeare y su sopa de Romero a la Juliana)


Enésima escena

Entran a la cocina el pinche mayor y el pinche menor: Chakespier y Chakespior; pletórica la mesa de hortalizas.

— He aquí la lista de invitados. Moved las posaderas, conseguid a veinte de los mejores cocineros.
— No tendréis ninguno malo, señor, pues veré si se chupan los dedos.
—¿Cómo podéis así saberlo?
—¡Válgame, señor! No es buen cocinero el que no se chupa los dedos. Quien no lo haga no vendrá conmigo.
— Amén. Tened la bondad de largaros.
— Sí, señor. Traeré la batería de cocina.
— ¡Fíjate que sea Vasconia!
— Sí, mi señor. ¡Y de plomo!
— Y no olvidéis la receta de la sopa de romero a la Julieta, digo, a la juliana.
— La tengo en la cabeza.
— ¡No jodáis!
— Mi señor:
     Si es la ofensa que me hacéis
     por lo mismo que pensáis
     con mi lord ya llevo seis
     que me dicen: "¿Pos qué trais?".
— Quiero decir, ¿es posible que sepáis la receta de memoria?
— Atended: dos papas cortadas en julianas, una taza de ejotes, media taza de zanahorias en julianas, media taza de nabos, dos cubitos de caldo de pollo concentrado, siete tazas de agua, media taza de aceite de oliva, una pizca de pimienta, otra de sal y el tósigo de mandrágora que me vendió el boticario. ¡Ah!, y un manojillo de Romeo, digo, de romero para disfrazar el sabor de la ponzoña.
— ¿Es eso todo para tantos comensales?
— Suficiente, mi señor. En la sartén caliente, con el aceite de oliva se doran las papas, las zanahorias, los nabos y los ejotes durante diez minutos. Entretanto, en una olla se ponen a hervir el agua y el concentrado de caldo. Las verduras se agregan al hervido y se dejan cocer quince minutos. Listo. Al consumirla, los convidados sentirán que en sus venas corre un humor frío y letárgico, menguarán sus signos vitales. Cesará el pulso. Cada miembro, de ágil potencia despojado, yerto, inflexible, gélido; será una imagen del reposo eterno después del patatús postrero.
— Mmm, parece apetitoso.
— ¡Como para chuparse los dedos! 


TELÓN

miércoles, 13 de enero de 2016

La rosa fea





1.

En el jardín brotó una rosa fea,
un ejemplar en malas condiciones
con pétalos rugosos y tristones;
una flor fea aquí y en donde sea.

A veces la botánica bromea
y un día saca pares y otro nones,
es más voluble de lo que supones
y la equidad no es nunca su tarea.

Nació la rosa de un capullo enfermo
y busca apresurar su corta vida
sola con su fealdad inmerecida.

Confío en que tus méritos no mermo
si la pongo a tus pies como un tributo
e igual mi corazón también enjuto.


2.

En cuestiones de flores no soy ducho
pero la rosa fea se marchita,
ni siquiera el rocío la visita:
sus cuitas aromáticas escucho.

Es un perfume parco, debilucho,
como de mojigata señorita;
la rosa, como yo es una proscrita
porque en fealdad nos parecemos mucho.

Te ha visto y dice tantas maravillas
de tu rostro que honesta se recrea
y celebra cuán poco te maquillas.

Te la doy como efímera presea,
acaricia con ella tus mejillas,
junto a tu cutis no será ya fea.

jueves, 7 de enero de 2016

Ejercicios Espirituales


Anhelo delinquir en tu cintura
cual reptil de taimada mordedura.
Quiero, bajo tus pies poner mi pecho
como un atajo al corazón, derecho.
Busco dar un saludo a tus olvidos
dejándote los pómulos mordidos
y soñar que tu mano me cobija
para así convertirme en tu sortija.
Déjame ser tu pájaro faldero
pues morar en tu talle es lo que quiero.
En tu hueco poplíteo tiene casa
mi boca que de besos no anda escasa;
es por ti que comparten en mis hombros
un rincón, la opulencia y los escombros.
Mi espíritu flamígero te brindo
cual tronco en combustión de tamarindo:
absorto en el oficio de ser tuyo
mi identidad olvido, la recluyo;
que no me siga más mi esencia mustia,
sin duda soy patiño de la angustia.
Antes de ti el amor, burlón, solía
ignorar mi esperanza noche y día,
por eso te inventé aunque ya estabas
y eran mi mente y carne tus esclavas.
Eva afín, en mi edén imaginario,
raridad de un ficticio relicario.
Mas nunca has sido mía salvo en versos
porque encaro fenómenos adversos;
me hacen saber homúnculos y duendes
que te distraes de mí, te desentiendes
y la falta de ti se me evidencia:
mis ojos guardan íntegra tu ausencia.
A Dios suelo implorar noches enteras
—de hinojos, como aupando tus caderas—
que a mi entidad cariñes y aternures,
que tus frases no sean calambures
para jugar conmigo o con mi higo
pese a que con tus burlas me coligo.
A mi amor no es posible que lo trunque
un golpe de martillo. Soy tu yunque.
Si con el curso de tu olor anegas
mi ser, hurí de dádivas rejegas,
me robustece tu perfume. Gasta
más, despilfarra en mí tu iconoclasta
donaire, multiplica tu figura:
haz otra igual a ti con tu hermosura.