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viernes, 1 de diciembre de 2017

Homo Lectoris 12 (Lectura Íntima - Roma)


Fue en Roma, al final de la república, cuando cobró auge la "lectura íntima". Tanto de estudio como de entretenimiento. El disfrute de los libros a puerta cerrada, en privado. Lectura por placer y de consulta profesional. 
No obstante, el leer con fines recreativos fue adquiriendo nuevos adeptos. Un público que sin ser intelectual o erudito (tampoco era inculto) acudía a las bibliotecas de gente rica para quienes el acopio de volúmenes era señal de distinción, o bien, un botín digno de un encubierto alarde. Al mismo tiempo, se llevaron a cabo grandes esfuerzos por alfabetizar a la población y lectores bisoños daban rienda suelta a su recién adquirida habilidad buscando libros de todo tipo: dramas, cocina, consejos para vivir, jardinería, religión, cosmética, literatura; en fin, lo mismo de hoy. La misma queja de siempre: demasiados libros. Aunque para muchos fueran un elemento decorativo (igual que ahora), no significa que no hubiese, aunque fuera una minoría, lectores entusiastas y aplicados que iban más allá de lo ornamental.
Los textos de historia tenían mucha demanda, en ellos se entremezclaban los hechos reales y los mitos. Los de filosofía eran coto de un público más reducido y especializado. Dominio de aquellos que consideraban el acto de "pensar" como algo concupiscente y a la vez divino: calistenia epicúrea.

Coexistían la lectura silenciosa y en voz alta. Hay que tener en cuenta que para los romanos la oratoria fue muy importante. Se prestaba gran atención a las pausas, al tono, énfasis, la viveza o lentitud de las frases. Los caracteres debían abandonar su naturaleza incolora y neutra. Dar vida a un pasaje con voz y ademanes era tan primordial como escribirlo. Sin embargo, poco a poco la lectura interiorizada y silente se fue extendiendo. Así cada quien eligió sus textos según sus confidenciales preferencias.
Cada quien dando vueltas, solo, en el patio de su propio manicomio.

domingo, 11 de agosto de 2013

Homo lectoris 7 (Correcta tipografía del Amor)




Los nombres de los dos incautos, con minúsculas. Las frases almibaradas, por supuesto, en cursiva. Los juramentos van entre comillas y las mentiras seguidas de puntos suspensivos. Cuando se trate de una velada inolvidable, resaltar el margen e introducir letras capitulares estilo gótico. No recargar mucho las ausencias con paréntesis superfluos, mucho menos con corchetes. Si las lágrimas son profusas y recurrentes, en aras de la preservación de nuestros bosques, se recomienda imprimir a dos caras en papel reciclado de muy bajo gramaje. Los episodios de infidelidad habrán de referirse con un asterisco. Una página en blanco será apropiada cuando se desee castigar a la contraparte con la retórica de la indiferencia. Para los reproches e insultos, los caracteres y símbolos exóticos constituyen la regla. Prescindir en lo posible de las frases exclamativas y los interrogatorios precedidos de estorbosos guiones sarcásticos a fin de no inocular al lector el virus de la flojera fulminante dejándolo en estado comatoso.
Indispensable la locución sic para ridiculizar declaraciones del tipo: "Fue una inofensiva aventurilla de una sola noche".
A medida que se aproxime la ruptura, el interlineado deberá aumentar en forma notoria; y el adiós definitivo o punto final se recomienda con tinta púrpura o rojiza: recuérdese que a Gutenberg se le ocurrió la idea de la imprenta mientras exprimía uvas con una prensa.
La fe de erratas, por respeto al lector, breve y sin inverosímiles excusas.