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jueves, 4 de febrero de 2021

Homo Lectoris 14 (El primer libro de la Humanidad)

 


Lo primero es ponerse de acuerdo en lo que se considera un libro. Si partimos de la concepción moderna de un objeto con dos pastas, un lomo, páginas varias y, a veces un índice; ya dejamos fuera a las tablas de arcilla, hueso o madera, a las estelas como la Piedra Roseta, a los pergaminos sobre piel de animal o papiro, en fin; a un buen número de piezas que salvaguardan la escritura desde hace milenios.

Entonces, ¿cuál se considera el primer libro de la Humanidad cualquiera que sea su formato? Respuesta simple y llana: no lo sabemos con certeza. A cada rato nos topamos con hallazgos de caracteres que, según afirman los eruditos, es siempre más antiguo que el anterior descubrimiento con grafías.

Por lo pronto, parece que el problema principal estriba en determinar qué es escritura y qué no lo es. Cuáles signos pueden descifrarse y cuáles no. Algunos de ellos semejan meras imágenes o insignias que equivalen a un “yo estuve aquí”. Una especie de marca para dejar constancia de que se pasó por un lugar específico. Un sencillo testimonio para decir a los demás transeúntes que se ha señalado un sitio en particular, como un acto de afianzamiento propio, personal.

Sin embargo, hasta ahora todo indica que no fue la agricultura lo que nos hizo civilizados sino el aprender a escribir. Y a través de ello se cree que en los monumentos de Göbekli Tepe, fue donde nos enseñamos a usar símbolos para comunicarnos, hace unos 11,600 años. Rasgos y cifras que nos refieren hechos, costumbres y escenas de hace bastante tiempo.

El hombre, ha sido el único ser sobre la Tierra que se ha valido de trazos para relacionarse con el prójimo, con sus semejantes. Nos mantendremos en dicho postulado, mientras los científicos averiguan si las palomas también pueden leer o no.

No obstante, si nos atenemos al concepto más reciente de lo que es un libro, entre los cuales se encuentran los pergaminos; diremos que el primero, o más bien el más antiguo que se conserva, se cree que fue publicado hace como unos 1,145 años, es decir 600 años antes que la Biblia de Gutenberg, y oculto durante siglos en las cuevas de Mogao, en China. Se trata de una edición de “El sutra del diamante”, y es el libro más añejo que hasta ahora se conoce. Todo ello dejando a un lado los rollos de Alejandría, Mesopotamia, el templo del rey Salomón y los manuscritos del Mar Muerto.

“El sutra del diamante”, es un libro indio —que no hindú—, escrito en sánscrito o hindi en su forma original. Solo se conserva una traducción al chino misma que fue la que se halló en la cueva. Contiene enseñanzas de Buda plasmadas en un pergamino de cinco metros de largo y unas 6,000 palabras. Por lo tanto, es un volumen breve de acuerdo a los estándares de hoy. Tan sucinto, que era y es posible decirlo de memoria, por lo que se cree que primero fue transmitido en forma oral antes de llegar a la imprenta.

Se debe tener en cuenta que, la escritura, dentro de la larga trayectoria de nuestra especie, es un fenómeno y un recurso reciente aunque hayan transcurrido siglos desde sus orígenes. Su desarrollo fue una necesidad de comunicación y registro, tanto de números, cuentas, actividades comerciales, historias, mitos y creencias. Su génesis es impreciso, y no es de extrañar que a veces surjan nuevos hallazgos que nos hacen cambiar nuestra opinión acerca de su antigüedad y progreso.

Según las hipótesis más recientes, la salida de la imprenta de “El sutra del diamante”, fue debida a un deseo de llevar la obra a la mayor parte de lugares en el mundo. Hasta los confines del planeta para en forma ulterior, convertirlo en un artículo de compra y venta en los mercados y tiendas de libros. Y aunque para algunos parezca una blasfemia, se convirtió en una mercancía. Una situación acaso no buscada.

La difusión de “El sutra del diamante” hoy nos parece pintoresca dada su hechura partiendo de las manos y oficio de un escriba, y las tecnologías electrónicas con que contamos hoy en día. Y aunque en el futuro no sabemos cómo podrá leerse, de momento ya se puede consultar en internet y leerse en pantallas portátiles de cristal líquido.

Aún existe un gran debate acerca de su procedencia real, pero su origen indio parece fiable. Como suele ocurrir en estos casos, dada le relevancia y antigüedad de la obra, muchas naciones se disputan sus raíces. Y aunque el ejemplar está impreso con primitivos bloques de madera, la calidad de su factura deja boquiabierto a todo mundo.

El texto trata sobre el apego a las cosas materiales y a los juegos de la mente, y aunque resulta un poco repetitivo, muchas doctrinas lo consideran una especie de credo por sus enseñanzas tan profundas muy típicas de oriente.

Este libro, aunque es una joya para muchos, un texto de consulta inclusive; también es una obra esotérica e insondable para otros tantos. Algunos habitantes del Antiguo Oriente lo consideran como el hermano gemelo del “Discurso del Método” de Descartes u otros tratados filosóficos menos populares. Ciertos críticos lo tienen por un juego de palabras que no pasa de lo exótico en el mejor de los casos; y como un diálogo cantinflesco en el peor.

En determinados pasajes pareciera que trata de decir lo que no se quiere decir. Así de paradójico resulta. Es como si uno tuviera frente a sí a la adivinanza más estrambótica y rebuscada que pudiera se pudiera concebir. La vida es la no-vida, lo material es lo no-material, lo muerto es lo no-muerto y así por el estilo. Es decir, este libro es el no-libro.

Se entablan hipotéticas charlas que en teoría, ilustran al ignorante como un servidor y lo sacan de la ignominiosa oscuridad e incultura. Escenas de maestro y alumno que instruyen al prójimo y lo elevan a las cúspides de lo divino. Como quien dice, entender es lo mismo que no-entender. Tal cual puede notarse, es un documento muy profundo.

Ironías al margen, por momentos la mayor de las obviedades se torna en una declaración propia de un iluminado. Se tiene, a veces, la impresión de que todas las emociones son dañinas, incluso aquellas que nos procuran algo de bienestar como la armonía y la placidez.

De aprender, uno en verdad aprende con esta obra. Primero, a no adueñarse de la opinión de los demás y, segundo, a no admirar todo aquello que no se puede comprender.

Por momentos adquiere un tono monástico que preconiza la mesura. No obstante, en el fondo, la gran enseñanza que uno obtiene de este pequeño tratado, es que una vida sin libros sería algo fatal. El amor por estos entrañables objetos puede llegar a ser más potente y firme que una existencia privada de ellos. Al menos para algunas personas.

Lo que hay que tener presente es que el libro de “El sutra del diamante”, como objeto y en sus inicios, fue producto de una actividad de índole personal, no motivada por un encanto monetario, con cierta autonomía y de manufactura artesanal por sobre todas las cosas. Para hacer dinero había quehaceres mucho más redituables y menos arduos. Más tomando en consideración que antes no existían los atractivos derechos de autor de ahora, los cuales han aumentado a un ritmo desenfrenado en un entorno cada vez más competido, ávido de “talento” vendible. Al editarse el primer libro de la Humanidad, la mayor recompensa y estímulo eran el trabajo en sí, no su precio traducido en metálico.

Ahora puede escribirse y publicarse un libro en cuestión de días, pero antes era un asunto sagrado que tomaba meses e incluso años. Toda una vida inclusive. Un libro no era algo para tomarse a la ligera; podía tornarse en un ritual, como una liturgia en la que se repetía en voz alta cada palabra que era escrita.

Del mismo modo que no podía preverse cuáles iban a ser los efectos de la aparición del primer libro impreso, o de la industria editorial en su momento; uno es incapaz de anticiparse a las consecuencias de las nuevas tecnologías de hoy. Si acaso, tal vez, a la propagación del plagio; ya que ahora es más fácil un simple “copy-paste” que poner a trabajar las propias neuronas.

Imagine el lector aquellas épocas en que un texto era manuscrito, cuando hoy existen plantillas, algoritmos y un montón de recursos así como tecnología para hacer más fácil la tarea. Se ha recorrido un largo trecho sin duda. Es como comparar el gnomon o el telescopio de Galileo con el telescopio espacial Hubble.

Hace milenios, el acto de escribir un libro era un arte en sí mismo, al margen del enfoque y tratamiento del tema. El contenido era, si no secundario, algo menos trascendente que la caligrafía ya que no se daba mucha importancia a cuán legible resultaba. Los trazos eran como una prolongación del alma, un medio para comunicarse con un dios, cualquiera que éste fuera.

El oficio de escriba tenia tal importancia que gozaba de una gran consideración social. Venía a ser algo así como un sacerdocio, una actividad con un estatus similar al de la nobleza. Tanto la sensibilidad del escritor como las necesidades de los posibles lectores, eran tomadas muy en cuenta.

Pero vamos a entendernos. Ni un libro así como su lectura deben constituir un martirio sino un placer. De lo contrario es mejor encontrar otra tarea. Dedicarse a ello no es una salvación religiosa aunque muchos, a lo largo de milenios, lo hayan creído de esa manera. Un libro es una labor que denota deleite para quien los ama, incluso aquellos como “El sutra del Diamante” que en ocasiones —seamos francos— se torna un poco aburrido. No son masoquistas sino enamorados genuinos de tal quehacer.

Para quien tenga afición por libros como “El sutra del diamante”, es menester que tenga claro que su gusto es más bien arqueológico, ya que las técnicas antiguas de impresión están por extinguirse, si no es porque unos pocos arcaicos se obstinan en su empleo para que no fenezca.

La aparición del primer libro de la Humanidad ya impreso, debió ser más revolucionaria que la de los medios digitales contemporáneos. Es fácil demostrarlo ya que las llamadas actualizaciones en materia de edición, pasan desapercibidas o se considera que no aportan gran cosa. Muchos parecen sobrevivir sin las “mejoras” que surgen a cada rato o éstas son hundidas por la indiferencia.

El hipotético giro que han traído los medios electrónicos ha implicado grandes ventajas, pero también muchos riesgos. La piratería (ya se mencionó) es uno de ellos; pero también la pérdida de la confianza acerca de cuanto llega a nuestras manos.

Es un momento oportuno para poner una mayor atención a los llamados “e-books” o libros electrónicos. Muchos llegan a donde están por la propaganda que reciben o catapultados por industrias de “software” y “hardware”. Cierto; se pueden argüir razones económicas o ecológicas en favor del libro electrónico, pero también ha hecho que la lectura sea algo menos íntimo, cosa que, también hay que admitirlo, a pocos les importa. Pero, no seamos tan románticos. Hoy una persona puede tener acceso a toda una biblioteca (o a varias) y, con solo oprimir unos botones puede consultar los libros de su preferencia. Un estudiante ya no tiene necesidad de cargar con su mochila repleta de volúmenes para asistir a clase.

Moraleja: no hay necesidad de mostrarse optimista hacia el futuro de los libros electrónicos, ni ser tan pesimista como para apostar por la desaparición del libro tradicional. Es muy pronto aún para estar a favor o en contra de uno u otro formato.

Parece que hoy lo práctico ha sustituido a lo artístico. Y aunque no se quiere caer en la vieja muletilla de “Antes era mejor, ahora es una porquería”, todo indica que mucho hay de cierto. Hoy se puede hacer un libro acerca de la más banal de las cosas, y como quien se hace un café instantáneo para el desayuno.

Por lo pronto se puede leer “El sutra del diamante”, al margen de que haya suspensión de energía, guerras, invasiones cibernéticas u otras sorpresas desagradables, mientras se cuente con un ejemplar impreso, aunque sea una copia del original.


domingo, 13 de diciembre de 2020

Homo Lectoris 13 (Libros de Autoayuda)


Una sugerencia al parecer llena de sentido común, propone el que no se confíe mucho en las estadísticas difundidas por expertos: suelen ser erróneas, inexactas, tendenciosas, retorcidas o estar manipuladas para diversos fines, inclusive los más oscuros propósitos. No obstante, atrae nuestro interés cuando se afirma que en español se edita al menos, un libro diario de autoayuda, superación personal, autoestima u otros engendros varios. Lo cual quiere decir que por ahí, de algún sórdido rincón surgen siete cretinos  "iluminados" a la semana que nos dicen cómo debemos manejar nuestras vidas, cuál es la mejor manera de ver la existencia o nos revelan trucos infalibles para ser felices; como si tal cosa fuera la única finalidad de nuestras historias personales. 
Gracias a estas mentes preclaras nos damos cuenta de lo inútiles que somo para salir de un atolladero por nosotros mismos.
Los libros llamados "motivacionales" se han convertido en una auténtica plaga, y la mayoría de las personas no parece darse cuenta de que son meros ardides para tener fama y conseguir los primeros lugares de ventas así como un buen puesto en los estantes de los volúmenes más leídos (como si tal cosa pudiera llamarse lectura).
Lo más grave es que muchos de esos títulos son "escritos" por gente que contrata a un escritor fantasma o ghostwriter, para ser firmado después por un supuesto autor que no lo es. Muchos de quienes los redactan tienen menos de treinta años y no han vivido nada o muy poco.
Es increíble la cantidad de personas que conocen los secretos más recónditos del universo para lograr las bienaventuranza, la forma más eficaz para hacer frente a los embates de la vida y reponerse de las derrotas con una sonrisa y el método más expedito y confiable para alcanzar las cotas más altas del misticismo.
Lo más increíble es que todos estos necios e impostores, obtienen su inspiración de las brillantes frases que surgen del interior de una galleta china de la fortuna. Hay que ver la cantidad de hipotética psicología y estéril sapiencia que se convierte en fraude, en un vergonzoso timo. 
Si enfrentas cualquier tipo de crisis, eres el objetivo perfecto para los libros que se valen de unas pocas ideas y las explotan hasta el hartazgo para transformarte en una persona práctica.
Cualquier revista con horóscopos sensibleros, propone soluciones más efectivas para cualquier trance íntimo. En particular si quien atraviesa por él es alguien que se deja llevar de la mano en espera de que otra persona le solucione todos su problemas.

De modo que si quieres triunfar en la vida, tener éxito en el amor, gozar de una excelsa fuerza espiritual, hacer un llamado a la energía cósmica o, tan solo ser un extraordinario ser humano; no lo pienses más y ponte a leer a uno de estos pendejos.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Homo Lectoris 12 (Lectura Íntima - Roma)


Fue en Roma, al final de la república, cuando cobró auge la "lectura íntima". Tanto de estudio como de entretenimiento. El disfrute de los libros a puerta cerrada, en privado. Lectura por placer y de consulta profesional. 
No obstante, el leer con fines recreativos fue adquiriendo nuevos adeptos. Un público que sin ser intelectual o erudito (tampoco era inculto) acudía a las bibliotecas de gente rica para quienes el acopio de volúmenes era señal de distinción, o bien, un botín digno de un encubierto alarde. Al mismo tiempo, se llevaron a cabo grandes esfuerzos por alfabetizar a la población y lectores bisoños daban rienda suelta a su recién adquirida habilidad buscando libros de todo tipo: dramas, cocina, consejos para vivir, jardinería, religión, cosmética, literatura; en fin, lo mismo de hoy. La misma queja de siempre: demasiados libros. Aunque para muchos fueran un elemento decorativo (igual que ahora), no significa que no hubiese, aunque fuera una minoría, lectores entusiastas y aplicados que iban más allá de lo ornamental.
Los textos de historia tenían mucha demanda, en ellos se entremezclaban los hechos reales y los mitos. Los de filosofía eran coto de un público más reducido y especializado. Dominio de aquellos que consideraban el acto de "pensar" como algo concupiscente y a la vez divino: calistenia epicúrea.

Coexistían la lectura silenciosa y en voz alta. Hay que tener en cuenta que para los romanos la oratoria fue muy importante. Se prestaba gran atención a las pausas, al tono, énfasis, la viveza o lentitud de las frases. Los caracteres debían abandonar su naturaleza incolora y neutra. Dar vida a un pasaje con voz y ademanes era tan primordial como escribirlo. Sin embargo, poco a poco la lectura interiorizada y silente se fue extendiendo. Así cada quien eligió sus textos según sus confidenciales preferencias.
Cada quien dando vueltas, solo, en el patio de su propio manicomio.

martes, 24 de febrero de 2015

Homo Lectoris 11 (El vicio de la lectura)




De niño, como a los siete años, me regalaron mi primer libro que no era para fines escolares. Un libro muy famoso que editó José Vasconcelos: "Lecturas  clásicas para niños". Contenía extractos de las grandes obras de la literatura, desde selecciones del Gilgamesh, Cantar del Roldán, el Juglar de Nuestra Señora, Fábulas de Esopo, Don Quijote por supuesto, cuentos de los hermanos Grimm y muchas otras joyas. Yo me pasaba horas en un tanque de agua elevado a 10 metros de altura por el cual se llegaba a través de una escalera de caracol. Me perdía y nadie  lograba encontrarme.
Un día llegó la televisión a casa: un auténtico lujo. Fue una noche. Mi padre la encendió en tan solemne ocasión y el primer programa de TV que vi fue el que incluyo abajo. El actor es Burgess Meredith, un incomprendido actor especialista en dramas de Shakespeare que tuvo que ganarse la vida haciendo de "El Pingüino" en la serie de Batman en los años sesenta y como el entrenador en las secuelas de de Rocky.
El doblaje del actor principal corre a cargo de Carlos Riquelme, un actorazo mexicano.



jueves, 12 de febrero de 2015

Homo Lectoris 10 (Puro rollo - Grecia clásica)


Ya en lo que han dado en llamar la "Época dorada" de la cultura griega (hace unos veinticinco siglos más o menos); filósofos, poetas, historiadores y dramaturgos ponían el grito en el Olimpo por la cantidad de libros que circulaban en el mercado. Era una queja muy extendida. Igual que ahora. Idénticos síntomas de hartazgo por el inmenso número de obras disponibles.
Sócrates se oponía a la lectura de libros porque los consideraba nocivos para la memoria y el aprendizaje, un sucedáneo chapucero de la sabiduría (bien pudo ser el mismo Platón poniendo en labios de su maestro palabras que en realidad no profirió). Para el filósofo los libros eran objetos que no aceptaban interacción alguna, exponían su tiránico discurso y nada más. Séneca recomendaba contar con unos pocos y muy selectos libros de cabecera. De modo que, hablar de la plaga libresca no es una novedad. Por supuesto esa actitud quejumbrosa y llorona no excluía a los copistas (en su mayor parte esclavos), quienes no estaban encantados con transcribir una treintena de rollos de papiro para un solo ejemplar de la Ilíada o la Odisea: muchos de ellos no escribían sino dibujaban los caracteres sin entenderlos lo cual propiciaba las erratas.
Difundidos en formato físico, los volúmenes podían llegar a manos de quienes los entendían y quienes no. Eran sugeridos, prestados, regalados, discutidos. Víctimas de la indiferencia o sujetos a múltiples y disímiles interpretaciones. Igual que ahora.
Para que un libro se considerara publicado era menester su lectura en voz alta, por el propio autor o un criado, ante una audiencia. Aunque la oratoria, la conversación culturosa y la tertulia intelectual gozaban de alta estima en la época helenística clásica, el libro y la lectura silenciosa fueron ganando adeptos. La gratificación íntima, personal de un lector frente a su papiro fue desplazando al binomio orador-público. El rollo oral vs el rollo escrito.
Libros sobre cualquier tema, sin excluir ejemplares de profecías, exhortaciones morales, consejos culinarios, manuales tipo "hágalo usted mismo", tratados sobre sexualidad, tácticas militares, primeros auxilios, etc. De todo como en botica. Igual que ahora.
Sócrates no creía en un vínculo entre el lector y el texto escrito, ni en esa complicidad con el autor que en nuestro tiempo tanto nos gusta idealizar plenos de romanticismo. Nada de: "Soy un libro y les voy a contar mis intimidades con una lectora".

viernes, 23 de enero de 2015

Homo Lectoris 9 (El arte de la lectura)


Bajo el concepto de lectura, concibo cosas muy diferentes de lo que piensa la gran mayoría de los llamados intelectuales.
Conozco individuos que leen muchísimo, libro tras libro y letra por letra, y sin embargo no pueden ser tildados de "lectores". Poseen una multitud de "conocimientos", pero su cerebro no consigue ejecutar una distribución y un registro del material adquirido. Les falta el arte de separar, en el libro, lo que es de valor y lo que es inútil, conservar para siempre en la memoria lo que en verdad interesa, pudiendo saltarse y desechar lo que no les comporta ventaja alguna, para no retener lo inútil y sin objeto. La lectura no debe entenderse como un fin en sí misma, sino como medio para alcanzar un objetivo. En primer lugar, la lectura debe auxiliar la formación del espíritu, despertar las inclinaciones intelectuales y las vocaciones de cada cual. Enseguida, debe proveer el instrumento, el material de que cada uno tiene necesidad en su profesión, tanto para simple seguridad del pan como para la satisfacción de los más elevados designios. En segundo lugar, debe proporcionar una idea de conjunto del mundo. En ambos casos, es necesario que el contenido de cualquier lectura no sea aprendido de memoria de un conjunto de libros, sino que sea como pequeños mosaicos en un cuadro más amplio, cada uno en su lugar, en la posición que les corresponde, ayudando de esta forma a esquematizarlo en el cerebro del lector. De otra forma, resulta un bric-á-brac (decoración) de materias memorizadas, enteramente inútiles, que transforman a su poseedor en un presuntuoso, seriamente convencido de ser un hombre instruido, de entender algo de la vida, de poseer cultura, cuando la verdad es que con cada aumento de esa clase de conocimientos, más se aparta del mundo, hasta que termina en un sanatorio o como político en un parlamento.
Nunca un cerebro con esta formación conseguirá retirar lo que es apropiado para las exigencias de determinado momento, pues su lastre espiritual está encadenado no al orden natural de la vida, sino al orden de sucesión de los libros, cómo los leyó y por la manera que amontonó los asuntos en su mente. Cuando las exigencias de la vida diaria le reclaman el uso práctico de lo que en otro tiempo aprendió, entonces mencionará los libros y el número de las páginas y, pobre infeliz, nunca encontrará exactamente lo que busca.
En las horas críticas, esos "sabios", cuando se ven en la dolorosa contingencia de encontrar casos análogos para aplicar a las circunstancias de la vida, sólo descubren remedios falsos.
Quien posee, por esto, el arte de la buena lectura, al leer cualquier libro, revista o folleto, concentrará su atención en todo lo que, a su modo de ver, merecerá ser conservado durante mucho tiempo, bien porque sea útil, bien porque sea de valor para la cultura general.
Lo que se aprende por este medio encuentra su racional ligazón en el cuadro siempre existente de la representación de las cosas, y, corrigiendo o reparando, aplicará con justeza la claridad del juicio. Si cualquier problema de la vida se presenta a examen, la memoria, por este arte de leer, podrá recurrir al modelo de percepción ya existente.
Así, todas las contribuciones reunidas durante decenas de años y que dicen algo sobre ese problema son sometidas a una prueba racional en nuestra mente, hasta que la cuestión sea aclarada o contestada.
Sólo así la lectura tiene sentido y finalidad. Un lector, por ejemplo, que por ese medio no provea a su razón los materiales necesarios, nunca estará en situación de defender sus puntos de vista en una controversia, aunque correspondan los mismos mil veces a la verdad. En cada discusión la memoria le abandonará desdeñosamente. No encontrará razonamientos ni para la firmeza de sus aseveraciones, ni para la refutación de las ideas del adversario. En cuanto esto sucede, como en el caso de un orador, el ridículo de la propia persona todavía se puede tolerar; de pésimas consecuencias es, sin embargo, que esos individuos que saben "todo" y no son capaces de nada, sean colocados al frente de un Estado.

Muy pronto me esforcé por leer con método y fui, de manera feliz, auxiliado por la memoria y por la razón. Observadas las cosas bajo ese aspecto, me fue fecundo y provechoso sobre todo el tiempo que pasé en Viena. La experiencia de la vida diaria me servía de estímulo, siempre para nuevos estudios de los más diversos problemas. Cuando, por fin, estuve en situación de poder fundamentar la realidad en teoría, y sacar la prueba de la teoría en la práctica, estuve en condiciones de evitar el exceso de apego a la teoría, o descender demasiado en la realidad.
De esta forma la experiencia de la vida diaria en ese tiempo, en dos de los más importantes problemas, aparte del social, se volvió definitiva y me sirvió de estímulo para el sólido estudio teórico.


(Extracto del Capítulo 2 de "Mein Kampf")



martes, 18 de febrero de 2014

Homo Lectoris 8 (Adiós Gutenberg)





Entrañable Guty:

Algo abatido te mando estas palabras (con letra de molde, en honor tuyo). ¿Sabes?, desde hace varias décadas el libro tradicional por el que tanto hiciste, ha tenido al menos tres enfáticos augurios de muerte: con la radio, la televisión y el libro electrónico. Pero el adiós definitivo, mi buen Guty, no llega y los árboles parecen resignados; no sólo por la celulosa que aportan sino también por los huacales de tomate que los pobres como yo empleamos como estantería para nuestros ejemplares.
Quizá ya te llegaron noticias sobre el nuevo invento para leer: ¡Qué ironía! Una chimistreta parecida a las viejas tablillas de Mesopotamia pero con una diferencia: no te ensucias las manos con zoquete.
¿Quieres que te envíe una de regalo?
Nunca hay que olvidar las lecciones del pasado. ¿Recuerdas cómo te condenaron los escribas, monjes y calígrafos por tu invento? Pero no seamos aguafiestas. Siempre es aventurado vaticinar que un invento erradicará una vieja práctica. Tratándose del libro, es obvio que el electrónico y el de papel influyen distintamente en el modo en que una persona se ve a sí misma. A medida que una persona agrega ejemplares en tres dimensiones a sus anaqueles va modelando su propia imagen como lector. Ello origina un vínculo quizá extravagante pero hondo. En cambio, todo indica que un libro guardado en el disco duro de una computadora o cualquier dispositivo de almacenamiento anda como al garete, sin dueño. No es un objeto "de verdad". Por alguna razón los volúmenes digitalizados no logran el mismo grado de intimidad con los lectores como el libro a la antigüita. ¿A qué se deberá?  Sólo las próximas generaciones podrán responder.
Poco importa que en un adminículo que cabe en la palma de la mano, quepan también las bibliotecas de Alejandría, Nínive y el Vaticano. Aquí entre nos, Guty, me dan risa los apologistas del libro electrónico cuando afirman que pueden llevarse cientos de títulos a cualquier parte; lo declaran con tal fanfarronería como si los fueran a leer todos. Además, la porfía sensiblera con que manifiestan su preocupación por el medio ambiente no es menos risible: olvidan que los bosques son renovables y que el papel se recicla. En cambio su aparatito de lectura se vuelve obsoleto en el dilatado plazo de un año y terminará como un contaminante más en un vertedero de basura igual que los discos compactos, los walkman, los viejos celulares y otras tantas baratijas electrónicas que hay que incinerar una vez que se remueven las pocas partes reutilizables. Según Greenpeace, basándose en datos de Apple (después te explico), cada usuario-lector debe leer unos 30 e-books de 350 páginas en lo que dura el ciclo de vida de una tableta electrónica para que sea preferible, ecológicamente hablando, al libro de papel. Te lo juro Guty: en los últimos cinco años el consumo mundial de papel no ha disminuido, al contrario, ha mantenido un leve crecimiento.
El libro electrónico versus el libro de papel. Me conmueve la gente cuando repite: "Lo único importante es el contenido" y "lo que cuenta es leer"; son bonitas frases paladinescas que no van muy de acuerdo con nuestro prehistórico fetichismo. El libro electrónico versus el libro en papel. Cada quien da sus razones para elegir uno u otro. A los adeptos al libro de papel se les critica el toque emocional de sus motivos. Un modo incomprensible de descalificar porque en cualquier formato, hasta a un libro técnico, utilitario, de repetitiva consulta, un código, el diccionario de la RAE o un frío manual, uno termina teniéndole afecto. Algunos le llaman camaradería.
En fin Guty, me despido sin decirte adiós pues parece que no es el medio, el modo ni el momento.

PD. Por fin terminé de leer la Biblia que me regalaste.

jueves, 18 de abril de 2013

Homo Lectoris 6 (Tabletas de Barro)




Para contrarrestar tiempos de malas cosechas, nada mejor que un buen libro. Los sumerios lo sabían. Hace milenios, leerle a los plantíos en voz alta resultó un método de gran eficacia para que la agricultura prosperara. En una región donde el tornadizo río Éufrates cambiaba de curso con impredecible frecuencia, y cuyo caudal se evaporaba en buena medida antes de llegar al mar; las sequías eran comunes. Un escriba con buena dicción era capaz de convocar la lluvia leyendo una tablilla con historias de las dinastías reales. Los mitos de los dioses eran buenos plaguicidas. Relatos directos, sencillos pero cautivadores, muy alejados de los retruécanos bíblicos judeocristianos. Los dioses son huraños e indómitos como un río. Para infundir ánimo en las semillas, les leían horóscopos: El león siempre confía en los buenos presagios. Las civilizaciones mesopotámicas gustaban mucho de los géneros proféticos y creían que los sembradíos los secundaban en tales preferencias. Los textos sapienciales, aderezados con máximas y proverbios, eran leídos asiduamente a los campos de cebada para asegurar el suministro de cerveza. Para renovar la fertilidad de los suelos, los conjuros de los ancestros se leían por lo general como una larga retahíla de versículos llenos de paralelismos con la naturaleza.
Fue en la última parte del segundo milenio antes de nuestra era, cuando se produjo una intensa campaña para seleccionar las mejores obras literarias. Había editores y catálogos (no eran E-books sino Clay-books). Se hicieron traducciones y versiones nuevas de clásicos éxitos de ventas como "La Epopeya de Gilgamesh" y otros títulos en las listas de popularidad. Se instauraron escuelas de lectura en voz alta, al frente de las cuales figuraba un escriba célebre quien se ocupaba de los entrenamientos. Hombres y mujeres egresados de estos centros, eran considerados seres bienhechores.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Homo Lectoris 5 (Leehelenistas)


Leehelenistas


Para los griegos era más importante saber leer que escribir. Al menos en eso los eruditos parecen estar de acuerdo. En lo que no coinciden es en definir si prevalecía la lectura en voz alta o en silencio. El sentido común nos inclina hacia la primera práctica ya en la Grecia Clásica el predominio en la vida cotidiana era de los textos utilitarios, de profesión: decretos, contratos, transacciones, discursos, demandas, pasquines e incluso publicidad. Por otra parte, la scriptio continua (escritura continua, sin espacios ni signos de puntuación) que se usaba entonces y se siguió usando muchos siglos después; hace pensar que la lectura en voz alta era de mayor ayuda para desentrañar el sentido de lo escrito. No obstante, hay evidencia de lectura privada, silenciosa, con fines de entretenimiento. Y es que en la Grecia antigua no todo eran libros de filosofía, retórica, tragedias, historia, ciencias, medicina y otras tantas disciplinas consideradas como "excelsas". No. También había libros de cocina, de carpintería al estilo de "hágalo-usted-mismo", de consejos de belleza, de chistes y de chismes, de confección de ropa, de diseño de acueductos, de caza, de manejo de armas, de jardinería. Hasta libros pornográficos que por desgracia no se han reeditado.

Sócrates desconfiaba de los libros, tal vez por ello no escribió ninguno. Y la actividad de la lectura llegó a parecerle un impedimento para el desarrollo de la reflexión personal, del pensamiento propio. Un excesivo contaminarse de ideas ajenas propiciando la atrofia intelectual, el ocio de las neuronas.
Parece que el gran filósofo atribuía a los libros un defecto que hoy se considera una virtud: las múltiples interpretaciones del texto, la libertad de elegir el uso del contenido. Platón, su discípulo, secundaba -con algunas reservas- la postura de su maestro. En cambio Aristóteles, discípulo de Platón, enloquecía por los libros.

Séneca, en sus cartas a un destinatario tal vez ficticio llamado Lucilio, desaconseja la lectura de muchos libros sugiriendo en cambio leer poco y en forma muy selectiva. Sus razones: leer demasiados libros era un malgasto del espíritu, un extravío. Una disipación absurda y nociva propia de las almas enfermas. Un proceder depravado de las mentes desordenadas. A los que encontraban gozo en ir de un libro a otro, repetía esta máxima: "Es propio de un estómago inapetente probar muchas cosas, las cuales, siendo opuestas y diversas, lejos de alimentar, corrompen".

Ya entonces se quejaban de los muchos libros en circulación. Eso no ha cambiado.




domingo, 15 de abril de 2012

Homo Lectoris 4 (La alfarerita de Warka)




La alfarerita de Warka

Entre plato y cántaro se da tiempo para leer un par de páginas. Siempre las mancha de barro: la ansiedad le impide enjuagárselas como es debido. Esta forma de distribuir actividades la estimula porque lejos de robarle concentración le permite volver mentalmente a lo leído combinando la labor manual con el intelecto. Modela a mano ya que no tiene torno ni dinero para comprarlo, y no está en sus planes meter uno en el tallercito que es también vivenda puesto que hay necesidades más urgentes. Al tamizar la arcilla interrumpe de nuevo su tarea para distraerse con otro párrafo. No se da cuenta de que rechina los dientes mientras lee. Duda en considerar lo suyo un mal, un vicio. No puede evitarlo, es un acto reflejo y orgánico. Como lectora congénita prefiere la técnica de hacerlo en silencio y con los ojos, pero sobretodo, para adentro, en pletórica intimidad. Una sensación indefinida la induce a vincular su quehacer de alfarera con los caracteres del texto. Quizá porque los signos le sugieren huellas de pájaro en el lodo, o le evocan aquellos vasos que vio una vez en el mercado de Warka, con imágenes de hombres y mujeres leyendo. Ella no es tan hábil para decorar, de modo que se contenta con uno que otro detalle geométrico en sus objetos.
Cuando va a la noria por agua suele tropezarse: con la mirada fija en la lectura no tiene cuidado ante el sendero. Si necesita reunir leña para cocer los cacharros, se da una tregua para continuar con su afición sentada en un tronco. Vive sola y es tan pobre que no le alcanza con su oficio para adquirir libros. La poca gente que le compra vasijas es tan humilde como ella. No pudiendo comprar libros se los escribe ella misma.

sábado, 31 de marzo de 2012

Homo Lectoris 3 (Aporías del lector)



Aporías del Lector

1) Leer no implica superioridad moral.
2) Más que conocimiento y, primero que todo, la lectura pone a la mano el placer.
3) Quien se pronuncie: “No hay libro malo”, no ha leído lo suficiente.
4) Es más gratificante el buen leer que el buen escribir.
5) Leer con calidad. Aunque no existe nada llamado “Lector de primera categoría”.
6) La lectura no es ninguna panacea.  Ya es bastante que a veces cure el aburrimiento.
7) La lectura y los libros constituyen un idilio impráctico. (No conduce a un provecho material).
8) No es ningún despropósito alternar la lectura de dos o más libros en paralelo.
9) Para releer es requisito indispensable leer primero.
10) Releer un buen libro es leer distintos libros.
11) No se puede leer y transmitir oralmente o por escrito la experiencia.
12) Leer ideas es una cosa. Entenderlas, una segunda. Aplicarlas es la tercera.
13) Para fomentar la lectura, nada mejor que declararla ilícita junto con los libros.
14) La lectura es como cualquier religión. Se le pueden imputar todas las virtudes y vicios de la humanidad. Puede conceder consuelo, iluminación, paz interior; o contribuir a la pleitesía y superstición más repugnantes.




sábado, 3 de marzo de 2012

Homo Lectoris 2 (Signos)





Todo comenzó cuando un bípedo peludo fue capaz de comprender un “signo” dejado por uno de sus semejantes. Leyó. Y al leer pudo columbrar la índole de un vecino incógnito. Un símbolo elemental y burdo, pero que representaba algo de su entorno, muy común. Quizá lo reprodujo, justo a un lado, para transmitirle a su prójimo que había captado la idea ya que era muy listo o muy lista. Mejor aún, ante el estímulo de la creatividad ajena se animó a elaborar su propio signo. Y poco después, el otro o la otra (lector o lectrix), al acudir de nuevo al punto de la epifanía logra interpretar la añadidura a su trazo. Mediante un código embrionario leen lo que cada quien ha pensado. En un principio, probablemente el devaneo no les pareció de mucha utilidad. No lo saben pero su invento será un recurso poderosísimo. Al descifrar un garabato se han vuelto otro tipo de criaturas. Con un grafismo ya pueden sugerir lo ausente. Hay imaginación. Leen esa señal figurativa. Bienvenidos al mundo de la lectura.


sábado, 4 de febrero de 2012

Homo Lectoris (Lector congénito)


Lector congénito

Abren la caja que contiene los textos gratuitos de la escuela primaria. Los reparten. La maestra ordena: “No los abran hasta que yo diga”. Somos unos güercos de seis años. Cuando por fin da la venia, mi primera reacción es meter la nariz entre las páginas de uno de ellos: huele a tinta y pulpa de madera. Un aroma delicioso que desde entonces mueve los resortes de mi memoria. Aspiro fuerte, con harta concupiscencia. Un rito que me ha acompañado toda la vida.
Si eres de índole salaz, los libros impresos en papel no te abandonarán nunca. A la lujuria del intelecto se le unen la prueba táctil, el ágape aromático y la orgía visual. Un volumen de magia sobre el pupitre patuleco, un tomo de -como diría el egiptólogo al dar con la cámara funeraria del niño faraón de la máscara dorada- “cosas maravillosas”.