jueves, 4 de febrero de 2021

Homo Lectoris 14 (El primer libro de la Humanidad)

 


Lo primero es ponerse de acuerdo en lo que se considera un libro. Si partimos de la concepción moderna de un objeto con dos pastas, un lomo, páginas varias y, a veces un índice; ya dejamos fuera a las tablas de arcilla, hueso o madera, a las estelas como la Piedra Roseta, a los pergaminos sobre piel de animal o papiro, en fin; a un buen número de piezas que salvaguardan la escritura desde hace milenios.

Entonces, ¿cuál se considera el primer libro de la Humanidad cualquiera que sea su formato? Respuesta simple y llana: no lo sabemos con certeza. A cada rato nos topamos con hallazgos de caracteres que, según afirman los eruditos, es siempre más antiguo que el anterior descubrimiento con grafías.

Por lo pronto, parece que el problema principal estriba en determinar qué es escritura y qué no lo es. Cuáles signos pueden descifrarse y cuáles no. Algunos de ellos semejan meras imágenes o insignias que equivalen a un “yo estuve aquí”. Una especie de marca para dejar constancia de que se pasó por un lugar específico. Un sencillo testimonio para decir a los demás transeúntes que se ha señalado un sitio en particular, como un acto de afianzamiento propio, personal.

Sin embargo, hasta ahora todo indica que no fue la agricultura lo que nos hizo civilizados sino el aprender a escribir. Y a través de ello se cree que en los monumentos de Göbekli Tepe, fue donde nos enseñamos a usar símbolos para comunicarnos, hace unos 11,600 años. Rasgos y cifras que nos refieren hechos, costumbres y escenas de hace bastante tiempo.

El hombre, ha sido el único ser sobre la Tierra que se ha valido de trazos para relacionarse con el prójimo, con sus semejantes. Nos mantendremos en dicho postulado, mientras los científicos averiguan si las palomas también pueden leer o no.

No obstante, si nos atenemos al concepto más reciente de lo que es un libro, entre los cuales se encuentran los pergaminos; diremos que el primero, o más bien el más antiguo que se conserva, se cree que fue publicado hace como unos 1,145 años, es decir 600 años antes que la Biblia de Gutenberg, y oculto durante siglos en las cuevas de Mogao, en China. Se trata de una edición de “El sutra del diamante”, y es el libro más añejo que hasta ahora se conoce. Todo ello dejando a un lado los rollos de Alejandría, Mesopotamia, el templo del rey Salomón y los manuscritos del Mar Muerto.

“El sutra del diamante”, es un libro indio —que no hindú—, escrito en sánscrito o hindi en su forma original. Solo se conserva una traducción al chino misma que fue la que se halló en la cueva. Contiene enseñanzas de Buda plasmadas en un pergamino de cinco metros de largo y unas 6,000 palabras. Por lo tanto, es un volumen breve de acuerdo a los estándares de hoy. Tan sucinto, que era y es posible decirlo de memoria, por lo que se cree que primero fue transmitido en forma oral antes de llegar a la imprenta.

Se debe tener en cuenta que, la escritura, dentro de la larga trayectoria de nuestra especie, es un fenómeno y un recurso reciente aunque hayan transcurrido siglos desde sus orígenes. Su desarrollo fue una necesidad de comunicación y registro, tanto de números, cuentas, actividades comerciales, historias, mitos y creencias. Su génesis es impreciso, y no es de extrañar que a veces surjan nuevos hallazgos que nos hacen cambiar nuestra opinión acerca de su antigüedad y progreso.

Según las hipótesis más recientes, la salida de la imprenta de “El sutra del diamante”, fue debida a un deseo de llevar la obra a la mayor parte de lugares en el mundo. Hasta los confines del planeta para en forma ulterior, convertirlo en un artículo de compra y venta en los mercados y tiendas de libros. Y aunque para algunos parezca una blasfemia, se convirtió en una mercancía. Una situación acaso no buscada.

La difusión de “El sutra del diamante” hoy nos parece pintoresca dada su hechura partiendo de las manos y oficio de un escriba, y las tecnologías electrónicas con que contamos hoy en día. Y aunque en el futuro no sabemos cómo podrá leerse, de momento ya se puede consultar en internet y leerse en pantallas portátiles de cristal líquido.

Aún existe un gran debate acerca de su procedencia real, pero su origen indio parece fiable. Como suele ocurrir en estos casos, dada le relevancia y antigüedad de la obra, muchas naciones se disputan sus raíces. Y aunque el ejemplar está impreso con primitivos bloques de madera, la calidad de su factura deja boquiabierto a todo mundo.

El texto trata sobre el apego a las cosas materiales y a los juegos de la mente, y aunque resulta un poco repetitivo, muchas doctrinas lo consideran una especie de credo por sus enseñanzas tan profundas muy típicas de oriente.

Este libro, aunque es una joya para muchos, un texto de consulta inclusive; también es una obra esotérica e insondable para otros tantos. Algunos habitantes del Antiguo Oriente lo consideran como el hermano gemelo del “Discurso del Método” de Descartes u otros tratados filosóficos menos populares. Ciertos críticos lo tienen por un juego de palabras que no pasa de lo exótico en el mejor de los casos; y como un diálogo cantinflesco en el peor.

En determinados pasajes pareciera que trata de decir lo que no se quiere decir. Así de paradójico resulta. Es como si uno tuviera frente a sí a la adivinanza más estrambótica y rebuscada que pudiera se pudiera concebir. La vida es la no-vida, lo material es lo no-material, lo muerto es lo no-muerto y así por el estilo. Es decir, este libro es el no-libro.

Se entablan hipotéticas charlas que en teoría, ilustran al ignorante como un servidor y lo sacan de la ignominiosa oscuridad e incultura. Escenas de maestro y alumno que instruyen al prójimo y lo elevan a las cúspides de lo divino. Como quien dice, entender es lo mismo que no-entender. Tal cual puede notarse, es un documento muy profundo.

Ironías al margen, por momentos la mayor de las obviedades se torna en una declaración propia de un iluminado. Se tiene, a veces, la impresión de que todas las emociones son dañinas, incluso aquellas que nos procuran algo de bienestar como la armonía y la placidez.

De aprender, uno en verdad aprende con esta obra. Primero, a no adueñarse de la opinión de los demás y, segundo, a no admirar todo aquello que no se puede comprender.

Por momentos adquiere un tono monástico que preconiza la mesura. No obstante, en el fondo, la gran enseñanza que uno obtiene de este pequeño tratado, es que una vida sin libros sería algo fatal. El amor por estos entrañables objetos puede llegar a ser más potente y firme que una existencia privada de ellos. Al menos para algunas personas.

Lo que hay que tener presente es que el libro de “El sutra del diamante”, como objeto y en sus inicios, fue producto de una actividad de índole personal, no motivada por un encanto monetario, con cierta autonomía y de manufactura artesanal por sobre todas las cosas. Para hacer dinero había quehaceres mucho más redituables y menos arduos. Más tomando en consideración que antes no existían los atractivos derechos de autor de ahora, los cuales han aumentado a un ritmo desenfrenado en un entorno cada vez más competido, ávido de “talento” vendible. Al editarse el primer libro de la Humanidad, la mayor recompensa y estímulo eran el trabajo en sí, no su precio traducido en metálico.

Ahora puede escribirse y publicarse un libro en cuestión de días, pero antes era un asunto sagrado que tomaba meses e incluso años. Toda una vida inclusive. Un libro no era algo para tomarse a la ligera; podía tornarse en un ritual, como una liturgia en la que se repetía en voz alta cada palabra que era escrita.

Del mismo modo que no podía preverse cuáles iban a ser los efectos de la aparición del primer libro impreso, o de la industria editorial en su momento; uno es incapaz de anticiparse a las consecuencias de las nuevas tecnologías de hoy. Si acaso, tal vez, a la propagación del plagio; ya que ahora es más fácil un simple “copy-paste” que poner a trabajar las propias neuronas.

Imagine el lector aquellas épocas en que un texto era manuscrito, cuando hoy existen plantillas, algoritmos y un montón de recursos así como tecnología para hacer más fácil la tarea. Se ha recorrido un largo trecho sin duda. Es como comparar el gnomon o el telescopio de Galileo con el telescopio espacial Hubble.

Hace milenios, el acto de escribir un libro era un arte en sí mismo, al margen del enfoque y tratamiento del tema. El contenido era, si no secundario, algo menos trascendente que la caligrafía ya que no se daba mucha importancia a cuán legible resultaba. Los trazos eran como una prolongación del alma, un medio para comunicarse con un dios, cualquiera que éste fuera.

El oficio de escriba tenia tal importancia que gozaba de una gran consideración social. Venía a ser algo así como un sacerdocio, una actividad con un estatus similar al de la nobleza. Tanto la sensibilidad del escritor como las necesidades de los posibles lectores, eran tomadas muy en cuenta.

Pero vamos a entendernos. Ni un libro así como su lectura deben constituir un martirio sino un placer. De lo contrario es mejor encontrar otra tarea. Dedicarse a ello no es una salvación religiosa aunque muchos, a lo largo de milenios, lo hayan creído de esa manera. Un libro es una labor que denota deleite para quien los ama, incluso aquellos como “El sutra del Diamante” que en ocasiones —seamos francos— se torna un poco aburrido. No son masoquistas sino enamorados genuinos de tal quehacer.

Para quien tenga afición por libros como “El sutra del diamante”, es menester que tenga claro que su gusto es más bien arqueológico, ya que las técnicas antiguas de impresión están por extinguirse, si no es porque unos pocos arcaicos se obstinan en su empleo para que no fenezca.

La aparición del primer libro de la Humanidad ya impreso, debió ser más revolucionaria que la de los medios digitales contemporáneos. Es fácil demostrarlo ya que las llamadas actualizaciones en materia de edición, pasan desapercibidas o se considera que no aportan gran cosa. Muchos parecen sobrevivir sin las “mejoras” que surgen a cada rato o éstas son hundidas por la indiferencia.

El hipotético giro que han traído los medios electrónicos ha implicado grandes ventajas, pero también muchos riesgos. La piratería (ya se mencionó) es uno de ellos; pero también la pérdida de la confianza acerca de cuanto llega a nuestras manos.

Es un momento oportuno para poner una mayor atención a los llamados “e-books” o libros electrónicos. Muchos llegan a donde están por la propaganda que reciben o catapultados por industrias de “software” y “hardware”. Cierto; se pueden argüir razones económicas o ecológicas en favor del libro electrónico, pero también ha hecho que la lectura sea algo menos íntimo, cosa que, también hay que admitirlo, a pocos les importa. Pero, no seamos tan románticos. Hoy una persona puede tener acceso a toda una biblioteca (o a varias) y, con solo oprimir unos botones puede consultar los libros de su preferencia. Un estudiante ya no tiene necesidad de cargar con su mochila repleta de volúmenes para asistir a clase.

Moraleja: no hay necesidad de mostrarse optimista hacia el futuro de los libros electrónicos, ni ser tan pesimista como para apostar por la desaparición del libro tradicional. Es muy pronto aún para estar a favor o en contra de uno u otro formato.

Parece que hoy lo práctico ha sustituido a lo artístico. Y aunque no se quiere caer en la vieja muletilla de “Antes era mejor, ahora es una porquería”, todo indica que mucho hay de cierto. Hoy se puede hacer un libro acerca de la más banal de las cosas, y como quien se hace un café instantáneo para el desayuno.

Por lo pronto se puede leer “El sutra del diamante”, al margen de que haya suspensión de energía, guerras, invasiones cibernéticas u otras sorpresas desagradables, mientras se cuente con un ejemplar impreso, aunque sea una copia del original.


jueves, 28 de enero de 2021

Ojos de Pacún 9




º
como dos faros
detrás del velo negro
de un miedo extraño

º
límpidos ojos
sin lágrimas presentes
imaculados

º
mirar sereno
como gotas de llanto
como el silencio

º
a ojos vista
a ojos contemplada
con las entrañas

º
parecen sombras
siluetas juguetonas
tus raudos ojos

º
pese a lo oscuro
es siempre primavera
junto a tus ojos

º
no pertenecen
ni al alba ni al ocaso
tus dos pupilas




lunes, 18 de enero de 2021

Un universo unitario 1 (Los orígenes)

 



Para muchas personas sigue siendo una historia de ficción, una auténtica quimera la teoría del Big Bang. No hablamos de gente con un concepto religioso sobre el origen del Universo, sino un gremio con un nivel de cultura científica que piensa de modo distinto acerca de nuestra procedencia, del principio del Cosmos y todo lo que hay en él. Del inicio del orbe, espacio, infinito, la creación o como guste llamársele.

Para ellos resulta imposible conocer con tanta exactitud cuánto demoró la famosa fuerza explosiva que fue el preámbulo, el preludio de la Vida. Les parece inconcebible el poder afirmar que dicha explosión tuvo lugar en una trillonésima de segundo (hay quienes aseguran que en una centésima) y en medio de una temperatura de más de cien mil millones de grados centígrados. Como si los defensores de tal teoría hubiesen estado allí presentes.

El que todo haya ocurrido a partir de la “Nada” en medio de la más absoluta oscuridad (o un ínfimo punto según otros), parece de lo más inverosímil y en contra de la Ley de Conservación la Materia que a todos nos enseñaron en la escuela: Nada se crea ni se destruye, solo se transforma. No olvidemos que la misma premisa se aplica a la energía pura.

De ser así, parece que la materia oscura tiene otras propiedades que ignoramos y, según parece, hay cosas que sí pueden surgir o auto crearse partiendo del vacío, de cero. Es decir, de la Nada tan problemática. Incluso creyendo que el Universo es finito o infinito (eso poco importa en el contexto en que nos movemos) y se curva sobre sí mismo, es indudable que hay o hubo “algo” antes que dio marcha a la maquinaria en que nos desenvolvemos.

Para que tal explosión o Big Bang pudiera haber tenido lugar, diversas partículas debieron haber existido y, según los creadores de semejante teoría, existieron y existen (fotones) pequeñísimos átomos sin masa ni carga eléctrica. Algo así como corpúsculos fantasmales que parecen más bien producto de la fantasía. De una manera mágica pasamos de las tinieblas a un fulgor deslumbrante capaz de cegar a cualquier testigo de los hechos, cosa que no hubo al parecer.

Hoy en día, cualquier persona que ponga en duda la tesis del Big Bang es puesta en ridículo. Es objeto de burlas y no se le toma en serio; a menudo inclusive se le denigra. Ahora hasta en niño de seis años repite —sin entenderlos— cada detalle de tal hipótesis como si fueran los preceptos de un libro sagrado.

En nuestro tiempo, cualquier persona que se respete, no puede poner en tela de juicio una conjetura que algunos juzgan tan bien armada y debe, por lo tanto, dedicar sus estudios y tiempo destinado a la ciencia, a menesteres más provechosos y suposiciones innovadoras. Nadie con un grado mínimo de sentido común gastaría sus horas tratando de poner inconvenientes a una cuestión que no presenta reparos ni tiene grietas.

El modelo de la creación del Universo parece dejar satisfechas a muchas personas aunque no se le comprenda. Lo cierto es que hay una incómoda vaguedad con respecto a nuestro comienzo. Es una imprecisión embarazosa, algo con tintes de generalidad que da un poco de vergüenza. No es que se pretenda complicar las cosas de manera gratuita, pero las explicaciones a menudo caen en lo pueril.

Hagamos aquí una pausa necesaria. Aunque a menudo los vocablos teoría y modelo son sinónimos, para muchos una teoría contiene material ambiguo o engañoso que no posee un modelo. Hay casos peculiares en que cualquiera de las dos palabras pasa a formar parte del nombre con que designa a una crítica, comentario, explicación o enseñanza determinada.

Haciendo a un lado de nuevo la cuestión mística y los comentarios religiosos, resulta obvio que aún no existe una solución convincente y que complazca a una mayoría, acerca del arranque de la Humanidad.

Según la teoría del Big Bang, a medida que el Universo se expande se crea nueva materia llenando los vacíos que hay entre galaxias, cosa que va en contra de la famosa ley que nos enseñaron cuando éramos niños. De acuerdo a esta creencia sobre el éter o Cosmos, hay muchas cosas que no pueden explicarse, lo cual constituye una salida muy fácil, casi un insulto.

Parece que se ha perdido la objetividad y todo es tema de preferencias filosóficas. Pero cuidado, no estamos sugiriendo que lo pagano sustituya a lo divino, ni que la apostasía prevalezca sobre los dogmas o la fe. Se pugna por una ciencia que pueda verificarse, de proposiciones capaces de ser confirmadas una y otra vez. De razonamientos que puedan examinarse bajo la lente de la neutralidad, cosa que la ciencia no siempre lo es. Se pretende ser imparciales.

Lo cierto es que la teoría de la expansión del Universo, aún con su trasfondo en apariencia tan profundo y científico, no deja de ser tan idílica como la de cualquier credo religioso. En esta época contemporánea, es una costumbre más o menos ostentosa el poner a prueba o en entredicho ideas sobre la ciencia y más aún sobre la astrofísica. Muchos modelos hasta ahora aceptados como válidos en tiempos pretéritos, han resultado erróneos.

No necesitamos de nigromantes, brujos o magos que nos inventen una historia fantástica y seductora. Para mitos ya tenemos más que suficientes, algunos de ellos bastante poéticos. Requerimos de la asistencia de la técnica y el conocimiento. No obstante, tampoco queremos que nos llenen las neuronas con cifras y eventos que son muy difíciles de ratificar solo porque somos  parte del público que anda a pie.

Lo que ahora corresponde es reemplazar el modelo corriente por una teoría mejor, a partir de observaciones y cálculos más confiables. Hoy no basta responder a la pregunta “¿Cómo fue?”, sino también “¿Cómo será?”. ¿Continuará el Universo con su expansión toda la eternidad? ¿Seguirá enfriándose por tiempo indefinido? ¿Continuará agonizando hasta extinguirse? ¿Qué sigue?

Volvamos a tener cuidado. No se está diciendo que la teoría del Big Bang es inexacta. Solo se afirma que no hay suficientes evidencias. Tal vez no hubo un Universo primitivo, no hubo estallido ni expansión. Acaso el futuro que le espera sea contraerse de nuevo hasta volver a ser un punto diminuto, haciendo desaparecer galaxias, estrellas, planetas átomos y toda clase de partículas.

Decimos que el Universo se expande porque todo parece indicar que las galaxias se alejan unas de otras, y porque una débil electricidad radioestática parece circundar cada rincón que nos rodea. También decimos que habitamos en un especio que aumenta de tamaño, que crece cada día.

Luego entonces, si las galaxias se van separando entre ellas en forma gradual quiere decir que en el pasado debieron estar más juntas, ¿no es así? Parece que todo es cuestión de simple lógica. Según esta forma de pensar, debió haber existido un tiempo en que todo estaba concentrado en un punto con densidad infinita que los científicos han dado en llamar “singularidad”.

Lo anterior es para la mayoría una imagen simplista del nacimiento del Universo y es motivo de la principal crítica que recibe este modelo. El punto con densidad incalculable explotó y eso fue todo. Pero esto provoca una pregunta a la cual se llega por cualquier camino: ¿Cuál fue el origen de dicho punto diminuto? ¿Cómo empezó todo antes de dicha singularidad? ¿Cómo arrancó el Universo?

Lo curioso es que, si tuviéramos la posibilidad de ver el espacio desde lejos, más tiempo atrás veríamos. Hoy con los poderosos telescopios de que se dispone, se puede inferir cómo era el Cosmos en su etapa más joven.

Seamos francos; los científicos de todas partes no se sienten cómodos con ideas sobre singularidades e infinitos. Les provocan escozor. Por ello se considera al concepto del Big Bang como defectuoso. En realidad esta teoría puede explicar (con sus trabas e inconvenientes) cómo dio marcha el Universo, pero no nos puede decir qué ocurrió justo al inicio de todo. Al Mero Principio.

En el momento en que los científicos afirman que conocen con profunda convicción lo que ocurrió durante los primeros minutos del Universo, no es porque cuenten con evidencias en la palma de la mano; sino porque han desarrollado un modelo que encaja o coincide con la mayoría de sus observaciones o creencias. Es decir, sus experimentos concuerdan con dicho modelo.

Lo que debemos comprender es que dicho modelo no es una fotografía o representación idéntica al objeto real, blanco de muchos análisis. Así como un automóvil de armar o una nave espacial de juguete es una idea de la cosa auténtica. Una imagen mental que se expresa, por lo común, mediante ecuaciones y números.

Lo anterior, es solo la mitad del modelo. Lo importante es que dichas ecuaciones y números describan cómo se mueven las partículas, esferas y cuerpos en general. Todo ello reflejado a través de leyes o proposiciones físicas en términos de expresiones matemáticas. No se pide que tales modelos sean precisos. En absoluto. Los modelos suelen fallar. Lo importantes es detectar en dónde y mejorar las predicciones que pueden brindarnos.

De hecho, todos los modelos científicos tienen limitaciones nos guste admitirlo o no. Ninguno de ellos es “la verdad absoluta”. Muchísimos modelos funcionan bien bajo ciertas circunstancias. Pero al salirse de ellas, fallan. Lo mismo podría ocurrir con el Big Bang. Bien puede tratarse de una aproximación aunque no la realidad misma. Acaso sea un modelo que actúe en forma precisa o que sus predicciones sean correctas, siempre y cuando se halle bajo las condiciones apropiadas.

La ciencia avanza muy rápido así como las teorías que se admiten o se descartan. No olvidemos que hasta hace poco —en términos relativos—, aún se empleaba la regla de cálculo en lugar de una hewlett-packard científica, un reloj o un teléfono. Y así como sus avances suelen ser vertiginosos hoy en día, lo que antes era, ya no es. En nuestra época se dice que la fuerza gravitacional es más bien materia oscura que se deforma. Es lo que mantiene unidos a los planetas con el sol. Antes era como una especié de tirón entre masas de distinta envergadura.

¿Cuántas veces no escuchamos a un científico decir algo así…?: “Lo que llamamos X es en realidad Y”. Para ponerlo con todas sus letras, un ejemplo: “Lo que llamamos vacío es en realidad un gas interestelar”. Todo indica que las cosas a fin de cuentas no son lo que aparentaban en el principio. Las nebulosas no son tales, sino conjuntos de estrellas refulgentes. No es de extrañar entonces que la materia se transforme en energía y viceversa.

Los científicos son eso: hombres de ciencia, no lingüistas. Cuando un erudito afirma que el núcleo de un átomo se compone de neutrones y protones, lo que en realidad pretende decir, es que bajo ciertas condiciones, un átomo se comporta como si estuviera conformado por dichas partículas. Una cosa es tomar el “como si” tal cual lo leemos, y otra el tomarlo como un modelo, algo aproximado. Es una diferencia que parece insignificante pero es crucial. ¿Qué puede decirse del origen del Universo? Que está plagado de muchos “como si”.

No se pretende —aunque no estaría mal y entre más rápido mejor—, hallar defectos en la teoría del Big Bang. Decimos que no estaría mal porque de esa manera destacamos los huecos en donde se requiere de una mayor comprensión acerca de nuestros comienzos. Dejaríamos atrás el encogimiento de hombros ante lo desconocido. Habría progreso y mejores modelos o teorías, términos en este caso intercambiables. No debemos olvidar que hay cosas que creemos o pensamos saber, y otras que sí sabemos. O al menos así parece.

Muchos modelos y teorías han requerido de modificaciones con el paso del tiempo, no es pues de extrañar que la teoría de la expansión también las tenga. No hay ninguna paradoja ni conflicto alguno en ello. Es algo inherente y propio de la ciencia si se considera genuina. Se pueden obtener ideas distintas mirando los mismos acontecimientos desde perspectivas diferentes. Y todas las ideas pueden tener su porción de certeza; acaso uniéndolas sea posible llegar a una sola que detente la verdad o algo muy parecido a ella.

Es natural que se busque un concepto globalizador sobre el origen del Universo. No es solo el capricho de una Gran Unificación. Más que una teoría única se busca una versión total de las cosas, para lo cual hay que admitir que el trabajo se halla incompleto. Falta mucho camino por recorrer.