viernes, 18 de mayo de 2018

Espéculo No. 1





Esta joven —que sabe hacer germinar todas las palabras con un beso— tiene ojos selváticos como corresponde a una musa destituida.
Creó el Cosmos en siete días y en el octavo descansó. En el primer día hizo un estuche de miradas que repartió entre Eva, María Magdalena, Cleopatra, Dalila, Juana de Arco, María Antonieta, Mata Hari y otras concursantes de melancólica obstinación.
El día segundo produjo una noche de bienestar marino sin faltar la habitual brisa proveniente de un ignoto acantilado. La tercera jornada estuvo muy tenaz engendrando caprichos multicolores. En el cuarto día inventó corazones en extremo receptivos con sus correspondientes listones de regalo. El quinto día lo tuvo destinado a triviales pormenores domésticos, pero el sexto y séptimo los consagró a diseñarse una corona con piezas de ajedrez.
Durante el merecido descanso del octavo día, recibió la visita de Ana Bolena y le permitió que dejara reposar su al garete cabeza mutilada en su hombro mientras la acariciaba compasiva. Después se emborracharon brindando sin parar por la implantación de una nueva semana laboral, por los amores no correspondidos y las equivocaciones por la desesperación salaz.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Las mamás no tienen la culpa





 A mi madre, que es el primer año que estoy sin ella.

A medida que se acerca la fecha ignominiosa, las madres comienzan a experimentar un pánico helado en las rodillas, una opresión trepidante en el pecho ante la llegada del Día de las Madres.
Yo también hice espeluznantes trabajos manuales en la escuela para celebrar a mi mamá en su día. Pobre Ella, ¿qué culpa tenía?

Dos semanas antes de tan magna efeméride, bajo la tutela de maestras y maestros que más bien fungían como cómplices o incluso como cerebros de tal crimen, comenzábamos a elaborar con nuestras manitas endemoniadas y destructoras, algún artefacto tan feo como inútil para homenajear a la autora de nuestros días. A saber: un "espejo" hecho con un plato desechable de cartón pintado de color dorado con un atomizador, palitos de paleta alrededor para darle la apariencia del astro rey y una luna de espejo adherida al centro. Otro esperpento: una cosa rara confeccionada con horquillas para la ropa, recubiertas con odorífica laca oscura que a muchos volvió drogadictos, puestas simétricamente sobre una franela amarilla fosforescente, utensilio de cocina que según los adultos, servía para poner las sartenes calientes después de preparar los alimentos. Un último caso: un adorno frutal vaciado en yeso y decorado con pincelazos torpes tan horrendo que era testimonio de primera mano de nuestro fracaso futuro como artistas plásticos.

Y sin embargo, las madres se conmovían con nuestra cándida ineptitud.

Luego el asunto se ponía peor. Sí, el Día del Festival de las Madres. ¡Jesús mil veces!
En tan solemne ocasión, teníamos que llevar como de "sorpresa", el regalo envuelto en celofán para hacer la entrega oficial, por supuesto, después de unas bonitas declamaciones ("Mamá, soy Paquito, no haré travesuras") y bailables en honor de las abochornadas mamás.
Como número culminante, llegaba la hora del desayuno o merienda para terminar de agobiarlas bajo el sol febril de mayo con un calorón, sirviéndoles unos tamales mal cocidos que parecían engrudo y un vaso desechable lleno de refresco Joya de fresa o ponche (al tiempo, si me hace favor). Una rebanada de pastel de sabor indefinido pero con la crema batida de tono casi blanco.

Ya en casa, Mamá no sabía dónde colocar el bello presente. Primero, para que nadie viera semejante bodrio y, segundo, para no herir mis sentimientos. Después me abrazaba, temblándole la barbilla de la emoción y con lágrimas en los ojos: "¡Ay, m'ijo!".
Y uno correspondía amoroso al potente abrazo maternal diciendo: "Mamá... todavía tengo que pagar el dinero del material con que te hice esa pendejada".

martes, 1 de mayo de 2018

Yantar de Gesta 12 (Sopa de suela de zapato a la Chaplin)


Muy nutritiva sin lugar a dudas. Es parte de la alimentación ideal. Además, sirve para desarrollar resistencia en los dientes, en especial los incisivos. Se recomienda que la olla para el cocimiento tenga suficiente cochambre; así, el toque maestro del sabor estará asegurado. Algunos (en forma maliciosa) la llaman "sopa de indigente", pero eso indica falta de cultura gastronómica, poco amor por la buena cocina y las recetas proclives a salvaguardar la economía doméstica.
El zapato elegido para la sopa deberá registrar un alto kilometraje; por ello se recomienda recurrir al vetusto y ruinoso calzado de algún vagabundo con pie de atleta: hongos suculentos donde los haya. Entre más fétido mejor, pues de este modo se preservan óptimas las propiedades vitamínicas. Esta elección es tan importante y delicada como seleccionar un pollo o un trozo de carne porque influye en la consistencia del extracto.
Si un quiere caer un poco en lo extravagante —por no decir en el lujo—, puede agregar zanahorias muy bien picadas o cortadas en cubos y un puñado de chícharos; y ya en el súmmum del dispendio, un manojito de cilantro. Algunos chefs de prestigio recomiendan un toque de finura mediante la incorporación de una lata vacía de sardinas.
Hay que revolver en forma uniforme el exótico menjurje para que el caldo se impregne de la aromática amalgama, lo cual trae beneficios digestivos.
Todo el conjunto ha de hervirse a fuego muy lento (unos 25 minutos), sin llegar al burbujeo desmedido. La sal se adiciona al gusto pero teniendo en consideración que el principal ingrediente ya es salado por naturaleza y de sabor intenso. Un truco para engañar un poco al paladar consiste en agregar unas gotas de limón.
Este platillo puede servirse sin bochorno alguno en las mesas más postineras, ya que no sólo es exquisito y sustancioso sino que deja en el comensal una magnífica sensación de barriga llena y auténtico calor de hogar.