jueves, 7 de junio de 2018

Infierno






El día en que llegué al infierno fue bastante difícil: no tenía con quien platicar. Yo esperaba ver guardias, carceleros o al menos monstruos llamativos que me impresionaran con su tétrica apariencia. El agua azufrosa no me quitaba la sed. No había un mísero paño al alcance para enjugarme el sudor. 
Ningún evento interesante de vez en cuando para hacerme olvidar el bochorno. He esperado en vano un desfile de carros alegóricos con demonios empuñando sus tridentes, pero nada. Mi único paisaje es un interminable río de lava que ya me hastía. Nada de abismos con llamaradas insaciables dispuestas a calcinar a los pecadores. Ni una escena de tormento con una gran olla de agua hirviente y algún otro condenado en su interior para amenizar la eternidad.
Arribé saludable y ahora tengo una permanente tos que no me deja tranquilo.

El Diablo resultó un antisocial y se la pasa tramando fallidas tentaciones. Lo conminé para que realizara algún malévolo prodigio y así poder profesarle un poco de respeto, pero es fecha que no muestra un poco de la perversidad que tanto le atribuyen los mortales. De hecho me parece un poco femenino a causa de las frases dulzonas que me dirije, llenas de consejos no solicitados.

He pensado tanto en los placeres prohibidos a los que renuncian los hombres por temor a caer en un perenne suplicio que en realidad no existe. Yo, que me esforcé por ser la persona más ruin del mundo para no tener que convivir con santurrones por los siglos de los siglos, estoy consumiéndome, pero no por las llamas sino por el aburrimiento.
Decepcionante.