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sábado, 22 de septiembre de 2018

Ensayo individual sin vestuario 2 (Felicidad)


Lo dijo Séneca: Todos quieren vivir felices, mi querido Galión, pero para ver con claridad en qué consiste lo que hace una vida completamente bienaventurada, andan a ciegas

Creo que de una manera oblicua, Séneca se refería a esos alegres recalcitrantes, a los felices a todo trance que pugnan por ser dichosos veinticuatro horas diarias, siete jornadas a la semana y trescientos sesenta y cinco días al año durante toda su jocunda y puta vida.

Lo curioso es que de acuerdo a nuestra forma contemporánea de actuar, en que no se practica lo que se predica, los felices contumaces sí procuran cumplir con sus rituales y honrar sus creencias.
Que les den resultados, que sean eficaces, eso no lo sabemos en realidad ya que una sonrisa postiza (valga la rima involuntaria) se la puede poner cualquiera.
Debido a los embates continuos de tanta celebración por la vida, uno no puede dejar de sospechar que se trata de charlatanería. Una impostura.
A veces ese vitalismo a ultranza es una forma disfrazada de abatimiento. La tristeza entonces, es como un fantasma tutelar de una existencia miserable.

Contrario a lo que pudiera pensarse, los melancólicos no son unos indefensos ni los contentos unos superdotados.
Una cosa parece innegable: un espíritu sufridor es más resistente que un espíritu festivo. 

El llevar una vida metódica con dieta estricta, ejercicio rutinario, trabajo duro y otras formas de disciplina, suele esconder a una persona con una gran depresión, y no lo admite o no se ha dado cuenta.
Parece un vicio extravagante el que la gente se empecine en ocultar su desconsuelo o decepción, como si fuera algo vergonzoso. Hacen pensar en esos beatos santurrones que creen que engañan a Dios con su fingida devoción y sus rezos mecánicos como si repitieran las tablas de multiplicar. Pagana idolatría hacia los tótems que representan lo divino de una manera bastante prosaica.

Los adscritos al club de los felices descalifican a los tristes aduciendo que no tienen "recursos interiores". Para una persona radiante y satisfecha, la desgracia es irreal y abstracta. Un estorbo imaginario.

El goce es el único fundamento existencial válido para un ser humano, según estas buenas almas risueñas. 
Son criaturas fulgurantes que exhiben en público su plumaje de bienestar y regocijo. Es la gracia de los plumíferos de hoy, tan intrascendentes y encadenados a los medios de comunicación sólo para estar en contacto con sus congéneres de bando y su filosofía bullanguera.

Sin embargo, todo parece indicar que la felicidad se ha sobrevalorado, que no se haya en buena forma ni en su mejor momento. De no ser así no se escribirían tantos libros acerca de cómo conseguirla. Se diría que la desorientación humana es notoria y multitudinaria al respecto.

Los que son de tendencia taciturna ya no se preguntan si es buena y saludable tanta contentura, esa bienaventuranza constante, sino ¿existe la felicidad de todos los días?

Uno no comprende el porqué de esa estridencia con que exigen que todos veamos las bendiciones de la vida de la misma forma estereotipada.
Tampoco se asimila ese afán por transmitir que la felicidad es como una suerte de mandato cósmico.
Ese empeño por querer hacer de una experiencia personal una práctica colectiva bajo la siguiente premisa: "Lo que me funciona a mí para ser feliz, debe servirte a ti también: Haz lo que yo".

Nada hay tan cansino como una persona llena de certezas, henchida de verdades absolutas.

Gente que se la pasa restregándole al prójimo la apoteosis del júbilo de vivir.
Lo peor es que han vuelto frívolo algo que debería ser venerable. Algo muy íntimo lo han querido propagar, no en forma generosa sino impúdica y hasta petulante.
Es ofensiva la forma en que pretenden que ciertos hábitos se conviertan en promesas de felicidad. En manantiales pletóricos de dicha.

Tras todo lo expuesto, eso no significa que uno no se maraville y entusiasme ante quien sabe sonreír en forma genuina durante los malos tiempos. Sepa Dios cuánto se les admira. Porque reír y sonreír —pese al infortunio— es un sagrado deber.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Encuentro

Resultado de imagen para mujer con sombrero en la calle



Me dije al verte en sueños por la calle:
"Mujer inteligente se aproxima", (*)
y yo te agradecí el gentil detalle
de mejorar la atmósfera y el clima.
Pensé luego: "Ojalá que me saludes",
y devino un febril descubrimiento;
al hablarte deduje tus virtudes:
sensible, culta, noble y con talento.
Fue un aura epitalámica completa:
tu voz, tus ademanes, tu vestido.
Tu corazón volvióse un frío asceta
y a la par, tu intelecto, más sentido.
Me embrujaron tu estilo caminero,
tu risa triste y —claro— tu sombrero.

(*) Roque Dalton

jueves, 7 de junio de 2018

Infierno






El día en que llegué al infierno fue bastante difícil: no tenía con quien platicar. Yo esperaba ver guardias, carceleros o al menos monstruos llamativos que me impresionaran con su tétrica apariencia. El agua azufrosa no me quitaba la sed. No había un mísero paño al alcance para enjugarme el sudor. 
Ningún evento interesante de vez en cuando para hacerme olvidar el bochorno. He esperado en vano un desfile de carros alegóricos con demonios empuñando sus tridentes, pero nada. Mi único paisaje es un interminable río de lava que ya me hastía. Nada de abismos con llamaradas insaciables dispuestas a calcinar a los pecadores. Ni una escena de tormento con una gran olla de agua hirviente y algún otro condenado en su interior para amenizar la eternidad.
Arribé saludable y ahora tengo una permanente tos que no me deja tranquilo.

El Diablo resultó un antisocial y se la pasa tramando fallidas tentaciones. Lo conminé para que realizara algún malévolo prodigio y así poder profesarle un poco de respeto, pero es fecha que no muestra un poco de la perversidad que tanto le atribuyen los mortales. De hecho me parece un poco femenino a causa de las frases dulzonas que me dirije, llenas de consejos no solicitados.

He pensado tanto en los placeres prohibidos a los que renuncian los hombres por temor a caer en un perenne suplicio que en realidad no existe. Yo, que me esforcé por ser la persona más ruin del mundo para no tener que convivir con santurrones por los siglos de los siglos, estoy consumiéndome, pero no por las llamas sino por el aburrimiento.
Decepcionante.