domingo, 26 de enero de 2014

La bandera pirata de Ana Bonny




La Vida se la toman muy a pecho, el miedo a perderla los paraliza. Hay que excederse sin temor: la tierra prometida está en el muelle y su botín de tabaco, vino, doblones de oro y piedras preciosas. Cuando zarpo en busca de tesoros es como emprender un viaje a celestiales pesadillas. En el mástil izo mi estandarte pendenciero y una bandada de aves carroñeras me anticipa los vientos y las olas. Domino el idioma de las estrellas gracias a mis nocturnas confidencias: cuando el torpe vigía duerme y nadie me ve, camino en la cubierta con las constelaciones como bisutería sobre el chal blanco que hurté a una meretriz holandesa.
Se me odia con espanto porque mi hermosura no es un devaneo de mi alma. Soy una reina entre los mares, una deidad con su propio paraíso; en mi bergantín también hay ángeles de plumaje homosexual que llevan pata de palo. Todos cojeamos y tenemos un modo fanfarrón de exhibir nuestrar heridas. Ataco sin piedad emitiendo depravados alaridos. Puedo arrancar narices con una dentellada o disputarme en un duelo al cretino que me plazca: mi mal gusto es definitivo. Brindo con ron por mis macabros y pésimos modales. Nada seduce tanto a un hombre como la vulgaridad en un bello rostro de mujer, en especial antes de un paseo por la borda, sobre la tabla que conduce a los tiburones arremolinándose mar abajo.



sábado, 4 de enero de 2014

Vericuentos 12 (Señorita Cometa)



Soñé que la Señorita Cometa soñaba conmigo. Ella una hermosa joven veinteañera con un magno kimono de seda, yo un niño de once inventando el japonés. Estábamos de lo más elocuentes y jocundos. Compartíamos un plato de sushi, ella con tenedor yo con palitos. Sake para mí, tequila para ella. "Kometo-san", le decía y para impresionarla tuve la ocurrencia de improvisar un abigarrado jaicú sobre cerezos, bambúes, campos de arroz, orugas, abanicos de papel, patos salvajes, ranas, flores de ciruelo y las cuatro estaciones sin omitir al monte Fuji. Todo en diecisiete sílabas.
En la parte crucial de mi trance onírico cometí una imprudencia: le revelé que en mi primera comunión expuse al sacerdote como pecado introductorio, el ritual de tocamientos impuros que a diario realizaba en mis contornos pudendos pensando en ella, a modo de tributo amoroso. A Kometo-san no le hizo gracia mi actitud inverecunda. Con gesto airado extrajo de la nada su varita mágica y con un pase me cubrió con una horrenda botarga hecha con tela de tartán que me hacía ver como espantapájaros escocés, igualito a Chivigón. Cariacontecido, dejé escapar una lágrima trémula como el rocío aunque de bisutería. La conmoví. Tanto que que ella tuvo a bien devolverme mi forma humana pero un poco mayor, un mozo compatible. Ante tan feliz coyuntura, invoqué a la diosa Xochiquétzal con un conjuro y lanzando al aire un idolillo de obsidiana. De inmediato la Señorita Cometa quedó despojada de su sofisticado kimono para quedar con la soberbia minifalda que dejaba lucir las piernas que tanto me enloquecían cuando así aparecía en su programa de televisión.