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sábado, 4 de enero de 2014

Vericuentos 12 (Señorita Cometa)



Soñé que la Señorita Cometa soñaba conmigo. Ella una hermosa joven veinteañera con un magno kimono de seda, yo un niño de once inventando el japonés. Estábamos de lo más elocuentes y jocundos. Compartíamos un plato de sushi, ella con tenedor yo con palitos. Sake para mí, tequila para ella. "Kometo-san", le decía y para impresionarla tuve la ocurrencia de improvisar un abigarrado jaicú sobre cerezos, bambúes, campos de arroz, orugas, abanicos de papel, patos salvajes, ranas, flores de ciruelo y las cuatro estaciones sin omitir al monte Fuji. Todo en diecisiete sílabas.
En la parte crucial de mi trance onírico cometí una imprudencia: le revelé que en mi primera comunión expuse al sacerdote como pecado introductorio, el ritual de tocamientos impuros que a diario realizaba en mis contornos pudendos pensando en ella, a modo de tributo amoroso. A Kometo-san no le hizo gracia mi actitud inverecunda. Con gesto airado extrajo de la nada su varita mágica y con un pase me cubrió con una horrenda botarga hecha con tela de tartán que me hacía ver como espantapájaros escocés, igualito a Chivigón. Cariacontecido, dejé escapar una lágrima trémula como el rocío aunque de bisutería. La conmoví. Tanto que que ella tuvo a bien devolverme mi forma humana pero un poco mayor, un mozo compatible. Ante tan feliz coyuntura, invoqué a la diosa Xochiquétzal con un conjuro y lanzando al aire un idolillo de obsidiana. De inmediato la Señorita Cometa quedó despojada de su sofisticado kimono para quedar con la soberbia minifalda que dejaba lucir las piernas que tanto me enloquecían cuando así aparecía en su programa de televisión.