Confía en Dios como confía un hijo en la mano de su madre,
Jesús dijo a su escéptico discípulo Tomás.
Y yo confié , Madre, en tu mano milagrosa,
sabia en empanadas
y papas rellenas de queso y mantequilla.
Mano que tiraba de mí para llevarme
a la tienda de telas:
surtidora de mis camisas,
y aprendí eso de "nada de ropas arrogantes".
Que no se le olviden, Madre, mis tardes malmoridas
de bizcochos con piña.
No se le olviden mis ojos siempre proclives al llanto.
Que no se le olvide la perfección del nudo de corbata
de mi uniforme inmaculado.
No se le olviden los veinte centavos
para comprarme una golosina
ni mis primeros berridos (desafinados pero seguros)
cuando comencé a cantarle
canciones de Raphael y Julio Iglesias
a costa de mi reputación.
Que no se le olvide mi nombre, Madre:
Prieto fino.
Que no se le olvide.