Después de muchos siglos,
algún intrépido paleontólogo
encontrará mis fósiles
en un estado de conservación
que perturbará a la ciencia.
Mis parietales emotivos
y con anómalas hendiduras
por evocarte tanto.
Las falanges sobre el pecho
en idolátrica postura;
las costillas sentimentales
con residuos de íntimo carbono.
El hueso sacro más bien
sacrílego después de tantas
noches de apasionados
ayuntamientos contigo
—de ti sabrán por tu ADN en missalvajes dientes—.
Las rótulas rotas de tanto suplicarte.
El fémur ternuroso
y el peroné fiel hasta mi muerte.
Concluirán que pertenezco
a una vulnerable especie:
Homo amare,
hace mucho tiempo extinta.