Parece ser que el concepto de los amores para
siempre ya existía antes que el mismísimo Dios, es decir en una Era X. Por lo
menos con quince minutos de anticipación. Son absolutos los amores para
siempre, están hechos de un sustrato alucinógeno, de una membrana evaporada que
cubre a quienes se abrazan al vacío. Los amores para siempre son todo capítulo
inicial de las religiones y las ciencias.
Los amores para
siempre enjoyan cualquier harapiento sentimentalismo, vuelven tórrido y astuto
incluso al más pacato en el momento de repetir esas mentiras que se ansía tanto
creer: táctiles entelequias, ilusiones aromáticas para corporeizar al tiempo.
Contradictoriamente,
no es el ave fénix el emblema de los amores para siempre, sino la rosa.
Mi amor para siempre es más para siempre que
cualquier otro.