(Sextina de Lolitzin)
Me pide usted que le describa a Lola;
tendrá que imaginársela en la playa
calzando espuma y coloreando brisa.
Podrá beber del cuenco de su huella,
pues todo dulcifica de algún modo
esta áurea dama de nutricio paso.
Si apenas me he acercado, paso a paso,
al palpitar limítrofe de Lola
y he podido inferir de cierto modo
su linaje mirífico de playa,
se debe a que he seguido cada huella
convirtiendo en mi cómplice a la brisa.
Salpicada de albores y de brisa,
puedo esbozarla así como de paso
y podría jurar que su ágil huella
es una cicatriz que deja Lola
en las íntimas dunas de la playa;
no me atrevo a explicarlo de otro modo.
Es lo que hay, sabe usted, y pues... ni modo,
confío en la elocuencia de la brisa
porque con ella está junto a la playa
convirtiéndose en púlpito a su paso.
Al mar —el novio único de Lola—
le gusta ir a besarle cada huella.
La arena, reverente ante su huella,
se azucara con sol de un terso modo,
es la magia cantábrica de Lola:
su andar es difundido por la brisa
con fragancia distinta en cada paso
y llega hasta mi erial desde su playa.
Le digo a usted que un día iré a su playa
para que pose en mí su magna huella:
en mi pecho el tatuaje de su paso.
Será según su grey de espumas y a su modo.
Su perfume es ya vicio de la brisa
que solo quiere estar siguiendo a Lola.
Por eso voy al paso y de buen modo,
sigo la huella de bronceada brisa
hasta la playa donde reina Lola.
Le digo a usted que un día iré a su playa
para que pose en mí su magna huella:
en mi pecho el tatuaje de su paso.
Será según su grey de espumas y a su modo.
Su perfume es ya vicio de la brisa
que solo quiere estar siguiendo a Lola.
Por eso voy al paso y de buen modo,
sigo la huella de bronceada brisa
hasta la playa donde reina Lola.