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viernes, 4 de septiembre de 2015
Diálogo con C.3.3. (Sobre la conversación)
C33. Es Oscar Wilde. Al entrar en la prisión de Reading no era llamado por su nombre sino reo C.3.3. (bloque c, piso 3, celda 3).
LM. Inflatius sanctissumus vir et pessimos de mercatum (un sssagerao santísimo varón y lo peorcito del mercao).
LM.—Vamos a ponernos profundos.
C33.—Adelante, Luis Mariano. Te escucho.
LM.—Bueno, no me refería a charlar sino a algo más introspectivo.
C33.—¿Acaso desdeñas el arte de la conversación?
LM.— No, pero el deleite al hablar puede desvanecerse durante un diálogo desabrido.
C33.—Difiero un tanto con tu punto de vista. Es verdad que hablar no es lo mismo que mantener una conversación pero, a mí me gusta mi propio parloteo aunque no diga nada. Adoro mi facundia.
LM.—Bien sé que te gusta chacharear contigo mismo aunque te resultes incomprensible. Pero con tanta locuacidad cualquiera pierde la facultad de ponderar las palabras.
C33.—Es porque no tienes encanto. Tus modos taciturnos te mantienen en silencio mucho tiempo. Y lo más gracioso es que te contradices aun cuando no profieres palabra alguna. En cambio yo, termino jadeante cuando permanezco callado por largos períodos.
LM.—El problema es que te esmeras mucho en agradarte a ti mismo, de ahí tu frustración.
C33.— Te equivocas. Prefiero mil veces mis ingeniosas palabras que las insulseces del prójimo. Yo nunca me decepciono. Mi secreto estriba en no decir nunca lo que pienso en realidad.
LM.—El arte de mentir.
C33.—El escamoteo más bien. La verdad llana carece de interés.
LM.—De acuerdo.
C33.—Por algo en la Grecia antigua, durante las cabriolas de los retóricos, quien destacaba era el más fluido, el de estilo más exquisito no quien pretendía propagar verdades. En las embestidas aleccionadoras siempre se corre el riesgo de quedar en ridículo.
LM.—Es cierto. Jesucristo fue vencido dialécticamente por una humilde samaritana quien lo único que le pedía era sanar a su hija.
C33.—Y se vio obligado a curarla a pesar de ser una gentil porque reconoció su talento para la palabra.
LM.—Y eso que Jesús le habló con parábolas que según él, ella no comprendería.
C33.—Admitámoslo, Luis Mariano, lo mejor es hablar de cosas que uno no sabe.
LM.—Pero, hombre...
C33.—No lo dudes. Los mejores libros de viajes y de historia fueron escritos por individuos que nunca pusieron un pie fuera de su casa. En los diálogos de sobremesa, las personas más fascinantes son quienes hablan de cosas que nunca vieron, las que narran hechos de los cuales nunca fueron testigos, las que se atienen a contar algo sin caer en la pedantería de convencer a los demás de una verosimilitud apoyada en la lógica, el sentido común.
LM.—Eso es fácil. Hay mucha gente que lo hace. Basta con leer los periódicos para referir un hecho con tanto aplomo como si se hubiese presenciado.
C33.—No seas rústico. A veces olvido de qué país provienes. Tu estólido carácter te incapacita para ser un buen conversador. Hay que conversar como si nos importara un comino todo lo que decimos.
LM.—Justamente te iba a decir que me importa un carajo todo tu rollo.
C33.—Todas tus intervenciones en nuestra plática, Luis Mariano, son absolutamente estúpidas, por ello a veces me resulta tan interesante lo que dices y te escucho con atención rayana en el embobamiento.
LM.—Como te dije al principio: vamos a ponernos profundos.
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