Ella me llama embustero porque
asegura que mis sueños son inventados. Y es cierto; al menos en un alto
porcentaje. Fuera de algunas pesadillas recurrentes en que me veo perseguido
por tornados, casi todas mis experiencias oníricas son imaginación pura y no
fijaciones de mi subconsciente.
De modo que ella me echa en cara
mis patrañas aunque sean elaboradas en su homenaje. Secuencias de imágenes en
donde ella es la protagonista, la bienamada. Pero es inútil. Cada vez que le
narro uno de mis sueños inventados pone su clásica sonrisita ladeada y a la vez
garbosa cuyo significado es: "No te creo nada". Tal proceder me
lastima porque yo pongo mucho esmero en mis fantasiosas producciones. No he
logrado convencerla de que durante esos trances, mis pensamientos, mis
sensaciones y cualquier manifestación corporal, son de una magnitud equiparable
a la realidad.
Como heroína de todos mis
ensueños tengo que conseguirle excelentes maquillistas, asistentes, el mejor
vestuario, las locaciones más arrobadoras, los camarógrafos de mayor fama.
Incluso he lanzado costosísimas
campañas de publicidad ideadas por expertos en mercadotecnia quienes
distribuyen su imagen en el metro, en los taxis, en portadas de revistas. Se
fabrican perfumes y cosméticos con su nombre y hasta ropa con su firma. En el
súmmum de mi idolatría he llegado a pagar para que interrumpan la cotización de
la bolsa de valores en las pizarras luminosas de Wall Street con tal de que
aparezca su nombre.
Todo en vano. Ella no se conmueve
siendo la estrella de mis sueños apócrifos. Sobra decir que la trama en ellos
es siempre la misma: el amor. Ella, la inalcanzable, la desdeñosa, la diosa con
un séquito de enamorados. Yo, el hombrecillo gris, el ninguneado, el
insignificante.
En ocasiones ni siquiera tenemos
parlamento. Todo se reduce a miradas, gestos, escenas de una calculada lentitud
que son un verdadero despliegue estético. No niego que es un trabajo muy
placentero pero a la vez arduo ya que tengo que editar mis sueños para que
queden a mi entera satisfacción. A veces debo mantener los ojos cerrados
durante horas en una especie de meticulosa vigilia.
Pese a todo siento orgullo porque
gracias a mi imaginación ella se ha convertido en una primera figura.
Ayer le conté el sueño donde se
estrenaba la última y más fastuosa producción. Todo un éxito. Ella feliz
firmando autógrafos; admirada y envidiada. Yo convertido en un realizador
genial y creativo, dueño de todo un emporio de la industria onírica. Un
magnate. Ella y yo hacemos una glamorosa
pareja cuando etéreos caminamos sobre la alfombra roja.