jueves, 4 de febrero de 2016

Magnate onírico


Ella me llama embustero porque asegura que mis sueños son inventados. Y es cierto; al menos en un alto porcentaje. Fuera de algunas pesadillas recurrentes en que me veo perseguido por tornados, casi todas mis experiencias oníricas son imaginación pura y no fijaciones de mi subconsciente.
De modo que ella me echa en cara mis patrañas aunque sean elaboradas en su homenaje. Secuencias de imágenes en donde ella es la protagonista, la bienamada. Pero es inútil. Cada vez que le narro uno de mis sueños inventados pone su clásica sonrisita ladeada y a la vez garbosa cuyo significado es: "No te creo nada". Tal proceder me lastima porque yo pongo mucho esmero en mis fantasiosas producciones. No he logrado convencerla de que durante esos trances, mis pensamientos, mis sensaciones y cualquier manifestación corporal, son de una magnitud equiparable a la realidad.
Como heroína de todos mis ensueños tengo que conseguirle excelentes maquillistas, asistentes, el mejor vestuario, las locaciones más arrobadoras, los camarógrafos de mayor fama.
Incluso he lanzado costosísimas campañas de publicidad ideadas por expertos en mercadotecnia quienes distribuyen su imagen en el metro, en los taxis, en portadas de revistas. Se fabrican perfumes y cosméticos con su nombre y hasta ropa con su firma. En el súmmum de mi idolatría he llegado a pagar para que interrumpan la cotización de la bolsa de valores en las pizarras luminosas de Wall Street con tal de que aparezca su nombre.
Todo en vano. Ella no se conmueve siendo la estrella de mis sueños apócrifos. Sobra decir que la trama en ellos es siempre la misma: el amor. Ella, la inalcanzable, la desdeñosa, la diosa con un séquito de enamorados. Yo, el hombrecillo gris, el ninguneado, el insignificante.
En ocasiones ni siquiera tenemos parlamento. Todo se reduce a miradas, gestos, escenas de una calculada lentitud que son un verdadero despliegue estético. No niego que es un trabajo muy placentero pero a la vez arduo ya que tengo que editar mis sueños para que queden a mi entera satisfacción. A veces debo mantener los ojos cerrados durante horas en una especie de meticulosa vigilia.
Pese a todo siento orgullo porque gracias a mi imaginación ella se ha convertido en una primera figura.
Ayer le conté el sueño donde se estrenaba la última y más fastuosa producción. Todo un éxito. Ella feliz firmando autógrafos; admirada y envidiada. Yo convertido en un realizador genial y creativo, dueño de todo un emporio de la industria onírica. Un magnate. Ella y yo hacemos una glamorosa pareja cuando etéreos caminamos sobre la alfombra roja.