viernes, 5 de febrero de 2016

Exposición de un coleccionista 4 (Nada)


Ad Reinhardt


A mediados del siglo pasado los artistas plásticos emprendieron la búsqueda de un cero pictórico, visual. Pasaron de la policromía a la monocromía (más bien, monotonía). Una especie de parodia o historieta de la energía oscura. No sabemos si era un intento de reproducir el mundo, un estado de la mente o del hígado. Tal vez un reflejo de un vacío existencial o una manifestación del espectro ordinario de posturas sexuales.
Fue una corriente (quizá debamos decir artificio o chiste) que se autodenominó ná de ná. Una técnica (¡qué risa!) para crear la ausencia de imágenes de manera tridimensional. La tela pasaba a ser una mera pantalla para timar al ojo con objetos que tampoco existen. Todo ello siempre desde la perspectiva del espectador imaginario.
Durante el Renacimiento, las probabilidades de encontrarse con una obra así eran de casi cero, ahora se han elevado a 99.999%. Hay que tener mucho talento para entender la sutileza y profundidad de la idea que la pintura trata de captar. Es algo así como llenar un hueco con otro hueco. Una noción imponente aunque mal asimilada. Una expresión del cero absoluto donde la temperatura se detiene.
Cuadro provocador donde los haya —ya en plan místico— cuyo peligro mayor es la tentación de las irónicas paradojas. Lo que es sacrilegio para el místico es una inofensiva humorada para el pintor. Un barril sin fondo para la pirotecnia filosófica.
Esta corriente podemos llamarla arte abstracto porque el pintor se abstrae tanto que se olvida de pintar. Una estética que apuesta por el alejamiento de los objetos; a una distancia tal que no se ven.
Obviamente el cuadro no lleva firma.