No tengas miedo, David, será fácil y nada comprometedor. Urías no tiene un gramo de resistencia física, y seguramente, no durará mucho tiempo. Además es torpe y ante tantos peligros estará indefenso. Recuerda tu promesa. Juraste ser capaz de cualquier cosa con tal de verme libre. ¿Has olvidado tus palabras cuando me viste salir desnuda después de mi baño de sales?: “Santo Dios, apártame de este fuego”, te escuché vociferar. Incluso babeaste enfrente de mi desdichado esposo, quien como siempre no me advirtió de la presencia de visitas. Tú eres su jefe y puedes asignarle cualquier tarea. Lo tomará como un ascenso. El mentecato no ha hecho más que urdir horóscopos sin mirar las estrellas, y consignar los eventos frívolos de la aristocracia. ¿Cómo habré de persuadirte David?, ¿Olvidas que aguardo un hijo tuyo? No existe ningún riesgo. A Urías le fingirás confianza diciéndole que tomando en cuenta sus manifiestas aptitudes, será a la vez responsable de la crónica y las imágenes. Aceptará gracias a sus absurdas pretensiones heroicas. Tan sólo imagino la escena y ya siento un delicioso y malévolo escalofrío. Lo veo saltando de un lugar a otro, aturdido y lleno de espanto; tiesos los pelos y blanquecinos los labios, arrastrándose a través de la ciénaga, pensando vanamente en regresar a casa con las fotografías y reportajes para tu revista que lo cubrirán de gloria, sitiado en medio de lo más brutal del combate, para finalmente caer barrido a causa de una terrible detonación o una tupida ráfaga de metralla. ¿No encuentras exaltante el cuadro que describo? Ello significa librarnos de la aborrecible presencia de Urías. Sólo así será posible abandonarnos a nuestros intrépidos apareamientos y nos olvidaríamos para siempre de sus degradantes fisgoneos.