Leehelenistas
Para los griegos era más importante saber
leer que escribir. Al menos en eso los eruditos parecen estar de acuerdo. En lo
que no coinciden es en definir si prevalecía la lectura en voz alta o en
silencio. El sentido común nos inclina hacia la primera práctica ya en la
Grecia Clásica el predominio en la vida cotidiana era de los textos
utilitarios, de profesión: decretos, contratos, transacciones, discursos, demandas,
pasquines e incluso publicidad. Por otra parte, la scriptio continua (escritura continua, sin espacios
ni signos de puntuación) que se usaba entonces y se siguió usando muchos siglos
después; hace pensar que la lectura en voz alta era de mayor ayuda para
desentrañar el sentido de lo escrito. No obstante, hay evidencia de lectura
privada, silenciosa, con fines de entretenimiento. Y es que en la Grecia
antigua no todo eran libros de filosofía, retórica, tragedias, historia,
ciencias, medicina y otras tantas disciplinas consideradas como
"excelsas". No. También había libros de cocina, de carpintería al
estilo de "hágalo-usted-mismo", de consejos de belleza, de chistes y
de chismes, de confección de ropa, de diseño de acueductos, de caza, de manejo
de armas, de jardinería. Hasta libros pornográficos que por desgracia no se han
reeditado.
Sócrates desconfiaba de los libros, tal vez
por ello no escribió ninguno. Y la actividad de la lectura llegó a parecerle un
impedimento para el desarrollo de la reflexión personal, del pensamiento
propio. Un excesivo contaminarse de ideas ajenas propiciando la atrofia
intelectual, el ocio de las neuronas.
Parece que el gran filósofo atribuía a los
libros un defecto que hoy se considera una virtud: las múltiples
interpretaciones del texto, la libertad de elegir el uso del contenido. Platón,
su discípulo, secundaba -con algunas reservas- la postura de su maestro. En
cambio Aristóteles, discípulo de Platón, enloquecía por los libros.
Séneca, en sus cartas a un destinatario tal
vez ficticio llamado Lucilio, desaconseja la lectura de muchos libros sugiriendo
en cambio leer poco y en forma muy selectiva. Sus razones: leer demasiados
libros era un malgasto del espíritu, un extravío. Una disipación absurda y
nociva propia de las almas enfermas. Un proceder depravado de las mentes
desordenadas. A los que encontraban gozo en ir de un libro a otro, repetía esta
máxima: "Es propio de un estómago inapetente probar muchas cosas, las
cuales, siendo opuestas y diversas, lejos de alimentar, corrompen".
Ya entonces se quejaban de los muchos libros
en circulación. Eso no ha cambiado.