No se espanten. Son orejas de carnaval hechas con harina de trigo y ninguna meretriz o fámula de burdel me enseñó la receta. Estoy de acuerdo en que lucen un poco espeluznantes pero no hay que exagerar: son deliciosas. Es una creación personal como mis cuadros, de hecho, le llevé esta delicia a Gauguin en una bandeja de vidrio, pero la envidia por mi talento culinario lo hizo enfadar al grado de romper el recipiente contra el suelo para después hacerme un tajo en la oreja con un fragmento.
Mi obra es relativamente simple. Lo primero es hacer una mezcla de una barra de mantequilla (genuina, no adulterada), un par de huevos, 100 ml de anís, 100 gr de azúcar y la cáscara de un limón previamente rallada. Se deposita toda esta revoltura en una cazuela y se le añade una pizca de sal (no me pregunten cuánto es una pizca, yo tampoco lo sé). La mezcolanza debe quedar homogénea, como quien combina el rojo y el blanco para obtener el rosa (color que por cierto no me gusta). Debe obtenerse una masa uniforme que sirva para tapar las goteras y materia prima para esparcirse sobre la mesa con un palote, rodillo, cilindro de madera o ya de plano ante la carencia de instrumental de cocina, con una botella.
A todo el conjunto se le añade medio kilo de harina de trigo y se vuelve a amasar hasta obtener una amalgama de mayor consistencia aunque suave. Se extiende la pasta sobre la mesa con la botella o el palote y se cortan trozos más pequeños para configurar las orejas. Yo recomiendo hacerlo con los dedos porque el resultado estético es mejor que con un tenedor o cuchara. Puede uno inspirarse en las orejas de un boxeador famoso o en las del vecino con orejas de cerdo. Cada quien puede elegir los pabellones auriculares que considere mejor como modelo.
Los trozos se fríen en aceite de oliva (que no sea espurio o de mentiritas, agregándole aceite de girasol). Por último, a las orejas se les espolvorea azúcar hielo o glas como elemento decorativo. Prueben el regalarle una a la reina del lupanar, ofreciéndosela en un pañuelo. De seguro se desmaya de la emoción.
A todo el conjunto se le añade medio kilo de harina de trigo y se vuelve a amasar hasta obtener una amalgama de mayor consistencia aunque suave. Se extiende la pasta sobre la mesa con la botella o el palote y se cortan trozos más pequeños para configurar las orejas. Yo recomiendo hacerlo con los dedos porque el resultado estético es mejor que con un tenedor o cuchara. Puede uno inspirarse en las orejas de un boxeador famoso o en las del vecino con orejas de cerdo. Cada quien puede elegir los pabellones auriculares que considere mejor como modelo.
Los trozos se fríen en aceite de oliva (que no sea espurio o de mentiritas, agregándole aceite de girasol). Por último, a las orejas se les espolvorea azúcar hielo o glas como elemento decorativo. Prueben el regalarle una a la reina del lupanar, ofreciéndosela en un pañuelo. De seguro se desmaya de la emoción.