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jueves, 4 de abril de 2013

Exposición de un coleccionista 3 (Museo cerillero)


Museo Cerillero

Lo revelo con propósitos efectistas: desde muy niño visité los museos Louvre y del Prado. Lo hice por medio de los cerillos de "La Central", esa cajita de 66 fósforos (en aquel entonces, ahora son 50) que era una especie de museo portátil, ambulante. En el reverso se reproducía algún cuadro famoso de "Los Clásicos" exhibidos en las magnas salas europeas. Por cuarenta centavos uno podía adquirir la estampa de una costosa pintura y poner un pie en una gran exposición internacional. Eran coleccionables y el álbum en donde se atesoraban, una vez lleno con todos los cromos, era canjeable por una copia en tamaño original del cuadro que se eligiera. El problema o, más bien el dilema, radicaba en que el esfuerzo de reunir tantas "pinturitas" (había álbumes de 200 y 340) era tal que a fin de cuentas se prefería conservarlas antes que colgar en la pared una imitación barata. Recuerdo que no pocas veces me embarré de lodo las manos tratando de rescatar una cajita de cerillos injustamente poco apreciada: "¡Bah!... Retrato de la Infanta Margarita por Velázquez... Ya la tengo". Cosa extraña; la estampa más huidiza, la más difícil de conseguir era la más conocida: "La Gioconda" a la que correspondía el No. 93. Gracias a las célebres pinturitas conocí el rostro de Leonardo ya que su autorretrato también figuraba en la serie, pero la hermosa carita de Fabiola en pincel de Henner, me tenía subyugado.


Por supuesto, el brete por llenar el álbum nos convertía en promotores de los primitivos cerillos y en antagonistas acérrimos de los encendedores. Uno no se cansaba de ponderar las virtudes de lo rudimentario y emprender una campaña de desprestigio contra lo moderno. En la tienda de la esquina era frecuente que los despachadores perdieran la paciencia ante alguien que en lugar de comprar cerillos compraba las estampas: "Ya la tengo... Ya la tengo... También... Ya... Ya...". Muchos los consideraban un pasatiempo pueril, una tontería. Por lo menos uno podía aprenderse los nombres de artistas y cuadros para impresionar a las visitas.