Cuadro primigenio
El arte de la pintura empieza con
un punto. Una serie de puntos da lugar a una línea y después tenemos un plano.
De tal modo lo afirma Leonardo da Vinci y no soy quien para contradecirlo dado
mi nivel de coleccionista aficionado. Ese es el punto.
El título del cuadro que
generosamente comparto es “Cero a la izquierda – Cero a la derecha”, título muy
elaborado para mi gusto. Fue adquirido en un tianguis de mi barrio, dentro de
las actividades organizadas en la colecta anual de la Cruz Roja. Ejerzo mi
derecho a no difundir autor ni precio para no trastornar el mercado
internacional de las obras pictóricas, tan proclive a las transacciones
especulativas. A últimas fechas las telas de encumbradas galerías y colecciones
privadas se tasan con montos enormes. Por otra parte las falsificaciones
también están a la orden del día.
Como puede admirarse, el cuadro
no carece de profundidad pese a ser todo centro que se convierte en eje como
corresponde a un punto. Destaca también por su expresión contenida carente de
contenido. Su tácita exuberancia emana de la evocadora noción de aquella
partícula primigenia, infinitesimalmente pequeña que en teoría dio origen al
universo. De ahí su densa gama espacial. Casi la Nada, que es, a un tiempo, la
No-Nada y lo que resta. Lo que es simple se vuelve complejo, es decir, complejo
de inferioridad. Con una clara tendencia preultraneobarroca el artista logra
temperar el rigor técnico y los matices propios de las perturbadora y perturbada
escuela cientificista; lo que ocurra primero. Amén.
La obra estuvo perdida algunos
años pero lo intrigante es que figuraba en el índice de adquisiciones de dos
importantes museos británicos. Entre algunos críticos se decía haberla visto en
la sala de espera de un dentista groenlandés. Sus características fueron referidas
en respetables boletines de arte
sin que nadie fuera capaz de dar cuenta de su paradero. Por desgracia fue
encontrada.