martes, 17 de agosto de 2010

Coba Nasal

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Soñé, Amiga, que frente a todos acariciabas suavemente con dos dedos mi nariz. Con morosidad y hasta con cariño para luego hacerle un torniquete. Quedé intrigado unos instantes: la ocurrencia de un acto así en un lugar público fue algo tan inesperado como exótico. Todos nos miraron con reacciones de lo más diversas, tus conocidos desde luego en plan de burla. Aunque parezca absurdo tuve una ilusión dentro del sueño: creí que era tu forma de demostrarme que finalmente me aceptabas tal y como soy: un engendro narigón. Al despertar seguí pensando lo mismo. Ay, Amiga, ¿era posible que por fin llegaras a sentir ternura por este cartílago titán, por esta protuberancia que hubiera sido la diatriba de un Cyrano por fin desagraviado? El sueño reverberaba en mí con todas sus sensaciones y hasta tu perfume persistía, cosa rara, tomando en cuenta que ésta, mi energúmena olfativa suele consumir y no dejar ni pizca de cualquier esencia tuya. Tú misma asegurabas, Amiga, que esta napia de elefante era un peligro al aspirar un frasco perfumado porque extinguía el contenido en un segundo. Por supuesto siempre he creído que esas frases son una forma especial y oblicua de manifestar tu simpatía por mí, de alegrarme con tu ingenio. No paro de reír cuando dices que el peso de mi trompa me hace perder el equilibrio, o que con un leve estornudito puedo provocar una borrasca. Creo intuir una dulce emoción reprimida detrás de tus palabras guasonas. Se nota que te conmueves cuando entre tus allegados te refieres a mí como la meganariz hipermoquera, la escuadra de medir el infinito.
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