lunes, 28 de febrero de 2011

Vericuentos 3 (El Rorro)

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Eva era toda afán señoreando en mi cocina con sus pasteles de manzana, mientras Dalila realizaba experimentos de alta peluquería con mi melena abundante en bucles. Al mismo tiempo, Salomé, entregándose con vehemencia a su danza de los velos, me obligaba a brindarle gesticulaciones risueñas y guiños de elogio para no interferir con los versos en mi homenaje dichos por Safo con sutiles roces de sus labios en mi oreja. Incluso en medio de tales demandas de atención, no era ajeno a las ofídicas miradas de celos que Cleopatra lanzaba desde su diván con piel de cebra. Y he de confesar que la Joplin por poco me arranca una carcajada al verla tambaleante, tintineando los hielos de su güsiqui yendo de un lado a otro para ofrecernos cigarrillos de marihuana.
El súmmum de la devoción era Camille Claudel cuyas manos escurrían barro negro al esculpir mi busto, inmortalizando -palabras de ella- mi nariz augusta. Tras renovar su dosis de coñac Lucrecia Borgia propuso un desfile de todas en bikini y Mata Hari secundó feliz la sugerencia. Todas se movilizaron bulliciosas para ir a cambiarse y en eso, por la puerta principal apareciste tú, cariño, con tu ajuar de andrajosa Dulcinea.