sábado, 1 de septiembre de 2018

Dulcifea



Mi nombre es Dulcifea, mas no fui la doncella de caballero andante alguno. Yo me encontraba en la mazmorra de la soledad, el sitio al que van a parar los seres que el Amor desprecia.

Con mi rostro malhecho e insulso me gané el grado y el honor de ser la más horripilante de la escuela: nadie me invitó al baile de graduación. Mi vestido de gala fue la noche baldía.

Mi peinado ridículo y barroco causaba una hilaridad muy parecida a las lágrimas de lástima.
Tenía el cuerpo de una tabla de planchar, figura de mantarraya anémica. Aspecto de mariposa aliquebrada y confundida.

Un fenómeno de circo tenía menos público morboso que yo y conseguí sentirme como el escupitajo de un ebrio trasnochado. Me acostumbré a rehuirle a los espejos y la oscuridad fue mi amiga predilecta. La única.

Rota: me puse a reunir mis pedazos como si fueran reliquias de escarcha. Tiempo después me dio por fumar y me solté el cabello. Me puse pantalones y una blusa con motivos floripondios. Mis collares eran como abalorios de estrellas en vías de extinción.


Poco a poco mis dimensiones adquirieron colorido. Aprendí que no todo dolor debe eludirse y supe lucir una sonrisa agónica y desvergonzada: la fealdad tiene su cariz hechicero. Mi cara fea de pétalos marchitos. Sé ahora de la estilización estratégica de la apariencia.



Que Dios bendiga al güisqui. Ser feliz no es lo más importante en este mundo, como lo preconizan los fatuos que carecen de espíritu y necesitan ser grandes mentirosos de sí mismos. A menudo viene bien hacerse la ofendida. De ahora en adelante mi nombre será: Vehemencia. Singing the Blues. Ahora mi nombre es Janis.