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miércoles, 4 de octubre de 2017

Travesía




El camino es sinuoso y
sin vegetación a la vera.
No hay señales que indiquen la distancia
o las condiciones de la ruta
mas debo proseguir.
Me faltan las fuerzas,
el sol ha quemado mi piel
y penetra hasta mi sombra,
si al menos una que otra nube bienhechora
obstruyera los martirizadores rayos;
mi cantimplora se agota y
no hay un arroyo a la vista
fluyendo en forma moribunda.
Mi última ración de comida
la devoré leguas atrás,
si al menos encontrara
el bulbo de una planta o un cactus.
Un poco de follaje húmedo para chupar
o dar un poco de alivio a mis pies
que las oquedades de mis botas han llagado;
ni una sabandija que mis entumecidos reflejos
no podrían atrapar,
mala suerte: no hay sino marchitos cardos,
un paisaje yermo con un matiz aterrador de eternidad,
un páramo con grietas desoladoras.
Ausencia casi pura,
nada en lo que se pueda confiar.
Un silencio que sólo destruyen
mis resuellos y latidos.
Pese a todo, mi marcha debo proseguir.
No hay huellas que me precedan,
ningún albergue abandonado
ha aparecido por los alrededores,
ni una ruinosa garita o techo que antaño
sirviera de tregua
para los caminantes desorientados.
Si al menos pudiera gritar
para que nadie viniera en mi socorro,
o me encontrara unas ramas crujientes
para hacer una fogata
que no sabría cómo encender y cuyo humo
atrajese la indiferencia de alguien
y me dedicara una no plegaria
que de cualquier modo
Dios no escucharía.
No obstante, debo proseguir.
El horizonte parece interminable,
como una línea de infinito trazo,
tan inmaculado como mi desesperanza,
sin montañas.
Mi paso es zigzagueante, primitivo.
A veces retrocedo para mantener el equilibrio.
Si tan siquiera pudiera mantener
una postura erguida, o por lo menos
hallase una vara,
un palo no muy recto pero firme.
Si al menos no hablara mal
de mí conmigo mismo.
Si por lo menos no tuviera
esta angustia que me despelleja,
o estos pensamientos siniestros
y en mi mente germinara
una diminuta semilla de optimismo.
Un humilde embrión de aliento.
Si me quedara una harapienta fe
en alguna entelequia,
en algún sueño irreverente e inventado.

Todo en contra. 
Pero a pesar de todo, debo continuar.

lunes, 23 de febrero de 2015

Travesía




Parte un mexica a ver a una española,
llevo una brújula en el pecho inquieto
—le he conferido dones de amuleto—
le hablo en la jerga de una caracola.
Pese al sueño y el frío, cada ola
me robustece sangre y esqueleto
—el Mar Cantábrico resulta un reto—.
Es mi bitácora una fecha sola
y es mi destino un solo y bello punto.
Mi itinerario de marinas furias
me sabe a maravillas en conjunto.
Y después de huracanes y penurias
tras llegar a la costa al fin, pregunto:
Busco a Lolitzin. Es de aquí, de Asturias.