viernes, 3 de julio de 2015

Esperando a los bárbaros



(Con perdón de Kavafis)

—¿Qué hacen todos congregados en la plaza con sus teléfonos celulares, sus computadoras portátiles, sus reproductores de mp3 y sus cámaras fotográficas de alta resolución?

—Hoy arriban los bárbaros.

—¿Por qué están los gobernantes, como siempre, holgazaneando sin legislar y sobándose los testículos?

—Es que hoy llegan los bárbaros. Además, de qué servirían las leyes. Cuando lleguen los bárbaros habrá nuevos decretos.

—¿Por qué nuestro Mandamás madrugó luciendo bata con filigranas doradas, con una copa de champaña en la mano y fue a echarse despatarrado en su sillón de piel de cebra, portando las medallas que él mismo se ha adjudicado?

—Porque hoy llegan los bárbaros y piensa recibir a su líder otorgándole preces, insignias y nombramientos corporativos rimbombantes de todas las empresas que tienen cobertura global en nuestro humilde y azulino planeta.

—¿Por qué nuestros ministros salieron con sus onerosos trajes Armani, luciendo brillantes relojes y anillos de graduación de Harvard y Stanford? ¿Por qué ostentan arrogantes fistoles de mando en las solapas con incrustaciones de zafiro y diamante?

—Porque hoy llegan los bárbaros y a ellos los conmueven tales perifollos. Sollozan ante las joyas que dan cuenta de grandes logros financieros y estafas con dinero que no existe en ninguna parte.

—¿Por qué no acuden nuestros magnos oradores a impresionarnos con su vacua y demagoga facundia?

—Vienen los bárbaros y ellos repudian los rollos, esa retórica nutrida de palabrería quebradiza. A menos que se adjunte un contrato de compra-venta de acciones, bonos y otros papeles importantes.

—¿Por qué de pronto tanta angustia y tanto ajetreo? ¡Y esos rostros tan atemorizados! ¿Por qué abandonan la plaza corriendo, pisoteando sus dispositivos electrónicos de la más avanzada tecnología? ¿Por qué se parapetan en sus casas y ya no encienden sus televisores para ver tranquilos y cándidos sus películas porno o programas de concursos?

—Porque cae la noche y esos jodidos bárbaros no llegaron. Y desde la frontera nos han enviado un mensaje masivo tipo junk mail por internet anunciando que los bárbaros ya no existen.

—¿Y ahora? ¿Qué será de nosotros sin los bárbaros? Al menos ellos parecían ser buena onda.

martes, 16 de junio de 2015

Mala hierba













Un corazón de yesca
en el pueblo fantasma
con vaivén azaroso
en permanente errancia,
cual arbusto rodante
cruza a golpes de viento,
marchito, sobre el polvo 
quemante del desierto:
del cercano horizonte
avanza un remolino
galopando veloz
y no es un espejismo.





martes, 9 de junio de 2015

Sonetisto


(Epífora endecasílaba con sonetillo interno heptasílabo)

—Te arreglas muy coqueto. —Ya estoy listo.
—¡Y con saco bordado! —Fue el modisto.
—¿Para qué este soneto? —La conquisto.
—Pero eso es anticuado. —Me resisto.
—¿Si le apetecen flores? —Voy provisto.
—¿Y si ella te rechaza? —Pues insisto.
—¿Si objeta tus amores? —No desisto.
—Supón que te amenaza. —Le despisto.
—¿Si se torna iracunda? —Lo he previsto.
—Si piensas lo que pienso... —Luego existo.
—Mereces una tunda. —Mucho disto.
—Al mal eres propenso. —¡Está visto!
—¿Y si ella se desmaya? —La desvisto.
—¡Te pasas de la raya! —No soy Cristo. 

sábado, 30 de mayo de 2015

El soledoso




A diferencia de otros de este gremio,
le hablo a mi soledad de cosas vanas,
coloco una diadema entre sus canas
y la invito a bailar en plan bohemio.
No es una penitencia o leso premio,
aunque sin brillo son sus filigranas
es más dulce que insípidas fulanas
a las cuales por regla soy abstemio.
Le acomodo el listón de las caderas,
sostengo su espejito al maquillarse,
remiendo su senil ropaje de hada.
Me luzco de su brazo en las praderas
y la beso en la frente al acostarse:
con los años se ha vuelto recatada.

sábado, 23 de mayo de 2015

Amores para siempre


Parece ser que el concepto de los amores para siempre ya existía antes que el mismísimo Dios, es decir en una Era X. Por lo menos con quince minutos de anticipación. Son absolutos los amores para siempre, están hechos de un sustrato alucinógeno, de una membrana evaporada que cubre a quienes se abrazan al vacío. Los amores para siempre son todo capítulo inicial de las religiones y las ciencias.
Los amores para siempre enjoyan cualquier harapiento sentimentalismo, vuelven tórrido y astuto incluso al más pacato en el momento de repetir esas mentiras que se ansía tanto creer: táctiles entelequias, ilusiones aromáticas para corporeizar al tiempo.
Contradictoriamente, no es el ave fénix el emblema de los amores para siempre, sino la rosa.
Mi amor para siempre es más para siempre que cualquier otro. 

viernes, 24 de abril de 2015

Suelas




Algunas calles de Pompeya carecían de adoquines. Sulpicia acostumbraba recorrerlas cuantas veces fuera conveniente para publicitar su trabajo. Como promotora de sí misma, se esmeraba en la tarea debido a la numerosa competencia. Hacía trayectos mañana, tarde y noche ya que, según su propia ética laboral, debía estar disponible las veinticuatro horas. La clientela era huérfana de horario.
Con pleno convencimiento de que para prosperar era necesario invertir, Sulpicia erogaba un porcentaje de sus ganancias en su más importante herramienta de propaganda: suelas para sandalias. Anunciarse con frecuencia era vital para mantenerse en el mercado, "en la andanza" según la jerga del gremio.
Sulpicia tuvo la idea de ofrecer sus servicios de un modo inusual al advertir cómo un pastorcillo daba con una cabra perdida siguiendo el rastro. A ella le pareció notable que entre muchas otras huellas de rebaños, el pastorcillo fuera capaz de identificar sin titubeo alguno a la cabra fugitiva. El muchacho le dio a conocer su secreto. Una pezuña de la cabra tenía una hendidura peculiar, muy abierta, que la diferenciaba. De este modo la pesquisa era fácil. Sulpicia de inmediato tuvo un brote de creatividad. Eso era lo que necesitaba: un distintivo, una marca. Algo que la hiciera sobresalir del resto, un detalle único que no tuvieran sus colegas. Con entusiasmo, se dirigió a su casa volviendo la cabeza intermitentemente para mirar sus propias pisadas en el polvo.
El primer experimento fue con un par de sandalias viejas a las que Sulpicia adhirió con cola, unas cuentas de vidrio en una suela; las dispuso desde el talón hacia la punta de tal forma que su nombre pudiera leerse. Luego de secar el pegamento, hizo un experimento en el patio. Salvo por lo torcido de algunas letras, su nombre quedaba perfectamente impreso en la tierra. Satisfecha con el resultado, preparó la otra suela con la palabra "Sígueme". El resto no era más que salir a las calles de Pompeya y la audaz campaña para atraer clientes estaría en marcha.
Sin embargo, Sulpicia pronto se dio cuenta con desencanto que en pleno trajín algunas cuentas de vidrio terminaban por desprenderse. La idea era buena pero mejorable. Un nuevo relámpago inspirador vino en su ayuda: sus sandalias con suelas de madera. De hecho las prefería ya que estaban cubiertas por delante protegiéndola mejor del agua y el barro, además de estar hechas con un llamativo color rojo.
Primero intentó ella misma grabar la suela con cuchillo, pero su impericia y las poco hechiceras cortaduras en sus manos la persuadieron de que era mejor acudir a un carpintero. A la vuelta de su casa había uno muy hábil quien le resolvió el problema y hasta le hizo en tablillas de cera, varios diseños tentativos para que eligiera según sus gustos y propósitos.
Sulpicia quedó encantada con sus suelas. Podía caminar sobre los terrenos más inhóspitos con la confianza de que sus huellas dejaban una nítida y muy particular marca, sin preocuparse por la reciedumbre de su trajín.
Era la meretriz más cotizada en toda Pompeya: "Sulpicia. Sígueme. 15 ases".

sábado, 21 de marzo de 2015

A veces




A veces
Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más, en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
no pasa nada.
Lo expresaba muy bien César Vallejo:
“Lo digo, y no me corro.”
Pero él disimulaba.
Ángel González (Oviedo 1922-Madrid 2008)