martes, 17 de marzo de 2015

La hora de la Pantera Rosa



1.
Primer día de clases. Escuela primaria. Yo con un espantoso uniforme estilo militar que incluye corbata y cuartelera. Ella como una paloma: toda de blanco, inmaculada desde los zapatos hasta la blusa. El hermoso cabello muy oscuro casi negro recogido con una rigurosa colita de caballo. Pasan lista y yo estoy más que atento, no para escuchar mi nombre sino para conocer el de ella: Lorena. La niña más bonita de toda la Creación.
Aún no lo sabemos pero seremos duros rivales durante los próximos seis años en materia de calificaciones y en especial en ortografía. Como las bancas son dobles y la disposición escolar establece el duplo niña-niño, la han sentado con alguien que gratuitamente ya me cae mal.

2.
Lorena sesea al hablar, se come las uñas y pestañea a razón de tres veces por segundo cuando está un poco nerviosa. Sus padres administran una mercería con toda clase de artículos para la escuela de modo que sus útiles están en perfecto orden, lápices y colores con buena punta, plumas y cuadernos. Todo contrastando con lo mío que traigo "a la buena de Dios". A una semana de haber empezado las clases no se ha dado cuenta de que existo. Tamaña indiferencia no se la pienso permitir, así que fraguo un plan: fingiendo ir a preguntarle algo a la maestra pasaré junto a su lugar, derribaré su libro de lectura y después, como todo un caballerito, se lo recogeré deshaciéndome en disculpas. Pero todo sale mal. Tropiezo con su mochila que está justo al lado del banco y azoto estrepitosamente como chango viejo y me gano una secuela de risotadas que incluye a la maestra.

3.
Ella es risueña y amable con todos mas no conmigo. Parece que intuye mi interés pero pronto me dedicará una abierta antipatía: ocurre que los dos somos los más aplicados en clase, quienes aprendemos a leer y escribir más rápido que el resto. Han instaurado los concursos semanales de ortografía en donde ella y yo siempre resultamos ganadores en franco empate. Y eso, parece que Lorena no lo piensa permitir. Tiene que demostrar su supremacía.

4. 
Estamos en tercer grado y Lorena sigue sin dirigirme una mínima mueca. Cuando me mira lo hace con expresión neutra, como si yo fuera traslúcido y ella pudiera ver el horizonte. Su antipatía hacia mí es seca y pétrea.
Nos han seleccionado para participar en un concurso interescolar de ortografía, resultamos ganadores pero de nuevo ella y yo en empate. Me he planteado seriamente la posibilidad de perder adrede para ver si consigo que me mire con otros ojos.

5.
Quinto grado. Ha ocurrido un milagro: Lorena y yo compartimos el mismo banco doble. Yo estoy radiante pero ella ahora sí que ha dejado su natural imperturbabilidad y muestra enfado. A mí me parece más bella que nunca; se ha dejado crecer su esplendente cabello que a veces roza mi hombro.
He olvidado mi sacapuntas y ella se ha dado cuenta de que estoy en aprietos pero no se muestra generosa: no me quiere prestar el suyo de modo que afilo mi lápiz con los dientes. Ella observa la operación con gesto repulsivo.

6.
Nuevo concurso de ortografía. El proceso que se sigue para revisar las veinte palabras que nos dictan me pone en un predicamento: hay que intercambiar la hoja con la prueba, yo reviso la de Lorena y ella la mía. Es una situación cruel. Los dos estamos muy nerviosos. La maestra escribe las palabras en el pizarrón. Hasta el momento todo bien: quince palabras y Lorena no ha fallado en ninguna, yo tampoco. Pero de pronto —¡ay!— ella escribe "alchol" con una sola o. Es un momento terrible. Me mira azorada, no puede creer el haber cometido error semejante. Yo le devuelvo la mirada quizá más aterrorizado que ella. ¿Qué hago? Me estoy jugando el amor de mi chica. Mi mano tiembla: no puedo ponerle una tachita al lado de la palabra mal escrita. Me quiero morir, que me trague la tierra. Entonces, le arrebato su bolígrafo, de alguna manera busco espacio para agregar la letra faltante, me hago el disimulado y aquí no ha pasado nada. Pero sí pasa. Lorena me mira como nadie lo ha hecho nunca, con ojos de agradecimiento profundo, con beatitud, con dicha enorme. Entonces no me cabe duda: he dado un gran primer paso en mi carrera de seductor.

7.
Es sexto grado. A pesar de mi caballeroso gesto con Lorena en el certamen, no ha progresado mucho nuestro idilio. Ya me habla con amabilidad, me comparte sus útiles pero no percibo en ella una pasión tan arrebatadora como la mía.
Otro milagro vuelve a ocurrir. Estamos en el recreo y yo comento con mis compañeros un programa de televisión que está de moda: "La Pantera Rosa". Así de la nada, me pongo a caminar imitando a la pantera. Entonces escucho una música celestial, una risa de ángel. Es Lorena quien me ha observado a lo lejos y me pide que lo vuelva a hacer. ¿Cómo negarme a las solicitudes de mi dama? Desde entonces se vuelve costumbre durante el recreo escucharla gritándome: "¡Camina como la Pantera Rosa, camina como la Pantera Rosa!", y yo más que gustoso hago el ridículo por ella.

8.
Estamos por concluir la escuela primaria y aún no he cumplido con el protocolo de declararle mi amor a Lorena. Debo hacerlo antes de que comiencen las vacaciones de verano. Ella se irá dos larguísimos meses con su familia a una playa, así que es ahora o nunca. Decido perseguirla a la salida de la escuela, con sigilo, escondiéndome tras los árboles, caminando como la Pantera Rosa. Mi corazón martillea. No estoy muy seguro de lo que debo decirle. Le doy alcance, le pido un minuto. Profiriendo lo que debieron parecerle balbuceos torpes le confieso en forma por de más expedita: "Lorena, yo te quiero mucho. ¿Quieres ser mi novia?". Ella, más expedita aún, contesta lacónicamente "No".
Pero agrega: "No, hasta que pasemos a secundaria, después de vacaciones, porque ya en secundaria seremos grandes y ya podremos ser novios".

9.
Así que el enamorado pasará toda una eternidad aguardando. Para que el tiempo pase rápido, trabajo en un taller mecánico y voy a nadar todos los días.
Mi paciencia parece que se verá recompensada pronto: falta una semana para el regreso a clases así que Lorena debe estar por volver.
En la piscina me encuentro con una amiga de Lorena. Chapoteando los dos, disfrutando de la tarde calurosa. Me dice: "Pareces muy feliz". El tono no es amigable sino de auténtico reproche, casi de rabia. Intrigado, pregunto: "¿Por qué lo dices de ese modo?", ya de plano con gran angustia, sintiendo un frío en el pecho agito las manos esperando una explicación.
"¡Cómo! ¿No te has enterado? ¿Será posible que tú...? Lorena y su familia tuvieron un accidente en la carretera y fallecieron todos menos su mamá. Ella prefirió viajar en avión porque el trayecto era muy largo".
Yo hago unos ruidos extraños, como risa o estertores, como lloriqueos, todo junto. Salgo del agua a toda prisa y me visto poniéndome el pantalón sobre el traje de baño mojado. Corro a toda prisa hasta la mercería de Lorena. Un enorme listón negro cubre la puerta. Yo me quedo ahí, escurriendo todavía agua de la piscina. Sin control de mí por las convulsiones del llanto. Viudo.
Nunca más volví a caminar como la Pantera Rosa.