martes, 16 de junio de 2015
Mala hierba
Un corazón de yesca
en el pueblo fantasma
con vaivén azaroso
en permanente errancia,
cual arbusto rodante
cruza a golpes de viento,
marchito, sobre el polvo
quemante del desierto:
del cercano horizonte
avanza un remolino
galopando veloz
y no es un espejismo.
martes, 9 de junio de 2015
Sonetisto
(Epífora endecasílaba con sonetillo interno heptasílabo)
—Te arreglas muy coqueto. —Ya estoy listo.
—¡Y con saco bordado! —Fue el modisto.
—¿Para qué este soneto? —La conquisto.
—Pero eso es anticuado. —Me resisto.
—¿Si le apetecen flores? —Voy provisto.
—¿Y si ella te rechaza? —Pues insisto.
—¿Si objeta tus amores? —No desisto.
—Supón que te amenaza. —Le despisto.
—¿Si se torna iracunda? —Lo he previsto.
—Si piensas lo que pienso... —Luego existo.
—Mereces una tunda. —Mucho disto.
—Al mal eres propenso. —¡Está visto!
—¿Y si ella se desmaya? —La desvisto.
—¡Te pasas de la raya! —No soy Cristo.
sábado, 30 de mayo de 2015
El soledoso
A diferencia de otros de este gremio,
le hablo a mi soledad de cosas vanas,
coloco una diadema entre sus canas
y la invito a bailar en plan bohemio.
No es una penitencia o leso premio,
aunque sin brillo son sus filigranas
es más dulce que insípidas fulanas
a las cuales por regla soy abstemio.
Le acomodo el listón de las caderas,
sostengo su espejito al maquillarse,
remiendo su senil ropaje de hada.
Me luzco de su brazo en las praderas
y la beso en la frente al acostarse:
con los años se ha vuelto recatada.
sábado, 23 de mayo de 2015
Amores para siempre
Parece ser que el concepto de los amores para
siempre ya existía antes que el mismísimo Dios, es decir en una Era X. Por lo
menos con quince minutos de anticipación. Son absolutos los amores para
siempre, están hechos de un sustrato alucinógeno, de una membrana evaporada que
cubre a quienes se abrazan al vacío. Los amores para siempre son todo capítulo
inicial de las religiones y las ciencias.
Los amores para
siempre enjoyan cualquier harapiento sentimentalismo, vuelven tórrido y astuto
incluso al más pacato en el momento de repetir esas mentiras que se ansía tanto
creer: táctiles entelequias, ilusiones aromáticas para corporeizar al tiempo.
Contradictoriamente,
no es el ave fénix el emblema de los amores para siempre, sino la rosa.
Mi amor para siempre es más para siempre que
cualquier otro.
viernes, 24 de abril de 2015
Suelas
Algunas calles de Pompeya
carecían de adoquines. Sulpicia acostumbraba recorrerlas cuantas veces fuera
conveniente para publicitar su trabajo. Como promotora de sí misma, se esmeraba
en la tarea debido a la numerosa competencia. Hacía trayectos mañana, tarde y
noche ya que, según su propia ética laboral, debía estar disponible las
veinticuatro horas. La clientela era huérfana de horario.
Con pleno convencimiento de que
para prosperar era necesario invertir, Sulpicia erogaba un porcentaje de sus ganancias
en su más importante herramienta de propaganda: suelas para sandalias.
Anunciarse con frecuencia era vital para mantenerse en el mercado, "en la
andanza" según la jerga del gremio.
Sulpicia tuvo
la idea de ofrecer sus servicios de un modo inusual al advertir cómo un
pastorcillo daba con una cabra perdida siguiendo el rastro. A ella le pareció
notable que entre muchas otras huellas de rebaños, el pastorcillo fuera capaz
de identificar sin titubeo alguno a la cabra fugitiva. El muchacho le dio a conocer
su secreto. Una pezuña de la cabra tenía una hendidura peculiar, muy abierta,
que la diferenciaba. De este modo la pesquisa era fácil. Sulpicia de inmediato
tuvo un brote de creatividad. Eso era lo que necesitaba: un distintivo, una
marca. Algo que la hiciera sobresalir del resto, un detalle único que no
tuvieran sus colegas. Con entusiasmo, se dirigió a su casa volviendo la cabeza
intermitentemente para mirar sus propias pisadas en el polvo.
El primer
experimento fue con un par de sandalias viejas a las que Sulpicia adhirió con
cola, unas cuentas de vidrio en una suela; las dispuso desde el talón hacia la
punta de tal forma que su nombre pudiera leerse. Luego de secar el pegamento,
hizo un experimento en el patio. Salvo por lo torcido de algunas letras, su
nombre quedaba perfectamente impreso en la tierra. Satisfecha con el resultado,
preparó la otra suela con la palabra "Sígueme". El resto no era más
que salir a las calles de Pompeya y la audaz campaña para atraer clientes
estaría en marcha.
Sin embargo,
Sulpicia pronto se dio cuenta con desencanto que en pleno trajín algunas
cuentas de vidrio terminaban por desprenderse. La idea era buena pero
mejorable. Un nuevo relámpago inspirador vino en su ayuda: sus sandalias con
suelas de madera. De hecho las prefería ya que estaban cubiertas por delante
protegiéndola mejor del agua y el barro, además de estar hechas con un
llamativo color rojo.
Primero intentó
ella misma grabar la suela con cuchillo, pero su impericia y las poco
hechiceras cortaduras en sus manos la persuadieron de que era mejor acudir a un
carpintero. A la vuelta de su casa había uno muy hábil quien le resolvió el
problema y hasta le hizo en tablillas de cera, varios diseños tentativos para
que eligiera según sus gustos y propósitos.
Sulpicia quedó
encantada con sus suelas. Podía caminar sobre los terrenos más inhóspitos con
la confianza de que sus huellas dejaban una nítida y muy particular marca, sin
preocuparse por la reciedumbre de su trajín.
Era la meretriz
más cotizada en toda Pompeya: "Sulpicia. Sígueme. 15 ases".
sábado, 21 de marzo de 2015
A veces
A veces
Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más, en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
no pasa nada.
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más, en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
no pasa nada.
Lo expresaba muy bien César Vallejo:
“Lo digo, y no me corro.”
“Lo digo, y no me corro.”
Pero él disimulaba.
Ángel González (Oviedo 1922-Madrid 2008)Pan
Quisiera hacer harina de mis huesos
para dejar un pan en cada puerta,
en epopeya anónima encubierta
por grillos nocturnales y traviesos.
Pan para los pacíficos confesos
y los que hacen del hambre su reyerta;
para los mancos con la mano abierta,
los don nadie y los raudos patitiesos.
Horneado a medio pecho con la lumbre
de la humildad novata y repentina
que el quebranto después hace costumbre.
Haré del pan mi más casto amorío
e iré con una máscara de harina
dejando en cada umbral un grano mío.
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