jueves, 16 de junio de 2011

Mea Culpa

Perdóname Sed
por ponerme a sudar
mientras bebía
mi cucharada de agua

Perdóname Miedo
por bostezar varias veces
mientras la tierra
se desmoronaba a mis pies

Perdóname Amor
por soltar la carcajada
mientras me partían
el corazón

Perdóname Pureza
por ensuciar el aire
con mi silencio
de animal verborreico

Perdóname Muerte
por decirle a quien
sufre sin tregua
que vivir no es obligatorio.

Moby Dick

En gélidos e ignotos litorales
Moby Dick se buscaba prometida,
pues Cupido arponeó dejando herida
su cola en términos sentimentales.

Así el gigante de los animales,
con cánticos de entrega reprimida
y piruetas en cada zambullida,
demostraba sus ánimos nupciales.

Tras pesquisa infructuosa y extenuado,
tras lustros de trayectos y faenas,
se vio como un proscrito ya olvidado.

Y supo por un grupo de sirenas,
que de no ser por él hubieran dado
por especie ya extinta a la ballenas.

viernes, 10 de junio de 2011

Encima de la granada

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Las muchachas de nuestro equipo de hockey sobre hierba, tienen varias supersticiones que afectan su desempeño en forma positiva o negativa según el caso. La más peculiar es la que -suponen ellas- exorciza sus épocas de mala racha. Yo, como su más fiel simpatizante, puedo dar fe de tal conducta.
Cuando me lo permiten bolsillo y tiempo, viajo en mi desvencijada camioneta a cualquier población cercana con tal de no perderme un juego. Un aliado auténtico debe mostrarse más entusiasta y dispuesto a brindar apoyo moral en los momentos adversos. Y, en efecto, el arranque de la temporada veraniega no pudo haber sido más catastrófico: cinco derrotas consecutivas.
El caso es que las chicas, en circunstancias extremas recurren a una especie de rito conjuratorio que en su argot grupal llaman encima de la granada. Gracias a mi condición de adepto recalcitrante he podido saber en qué consiste. Así como algunos heroicos soldados en un intento por salvar al resto del pelotón ante el peligro de una granada, se arrojan sobre el mortal artefacto cubriéndolo con su cuerpo, así ellas. Con pequeñas diferencias, claro está. La principal es que en lugar de una granada se trata de un hombre. Tiene que ser feo. Ellas consideran que el grado de repulsividad es crucial para contrarrestar la desgracia. Entre más espeluznante sea el espécimen más pronto cambiará la suerte del equipo. Y no solo hay que arrojarse sobre él sino que se debe culminar el sacrificio acostándose con el tipo en donde sea necesario. La búsqueda de los candidatos por lo común se inicia en los bares a donde las jugadoras acuden tras los partidos. La mártir en turno (una botella de cerveza puesta a girar decide), es escoltada por el resto quienes con dedo implacable señalan al repugnante intermediario masculino con el cual se expulsarán las vibraciones malignas.
Doy mi palabra: aquella noche únicamente quería la firma de todas en una foto que yo mismo había llevado a ampliar con la intención de enmarcarla y lucirla en mi oficina. Lo cierto es que siguen invictas y mañana se disputan el campeonato.

sábado, 4 de junio de 2011

Teléfono



De niños el teléfono es un objeto divertido, un juguete. Recuerdo cuando descubrimos en el vecindario una casa deshabitada con la línea operante. Tras colarnos por una ventana la pasábamos en grande marcando al azar, haciendo preguntas tontas o capciosas y solicitando taxis para acudir a direcciones falsas. Al simular voces de gente mayor cubríamos el auricular con la mano o un trapo.
Con el tiempo la magia del aparato mengua. Cierto, de jóvenes sirve para maratónicos coloquios con la novia mas ya no es lo mismo. Las frustraciones son mayores que las recompensas: número ocupado, la bella durmiente no está, servicio interrumpido, interferencias; en fin.
Viene luego la etapa adulta y es entonces cuando los teléfonos se vuelven peligrosos. En especial si uno anda borracho o sentimental. La peligrosidad es doble: por los ridículos que uno comete y el costo de las llamadas. Uno termina diciendo cosas que no siente o pidiendo perdón hasta por existir.
Hoy día, cuando se busca una voz amiga, es más frecuente que la grabadora de mensajes nos socorra y registre nuestro monólogo lastimero a manera de único consuelo. Y todo porque el propietario del teléfono al que recurrimos está más deprimido que nosotros… y no contesta.