Siempre le he tenido recelo a la frase Vive el hoy como si fuera tu último día
y a todas sus variantes. Me parece un ardid retórico. Un eslogan de los que
preconizan Vivir el momento y de
quienes son presuntos eruditos en grandes verdades. Hoy, ahora, ya, ahorita. Carpe
Diem. Si la memoria no me falla, la moraleja en la fábula de la hormiga y la
cigarra era sin duda lo opuesto.
Hagamos una pausa. Al fin y al cabo, de
ser hoy mi último día —tanto si lo
supiera como si no— es difícil
que hiciese algo extraordinario. Imagínense vivir con la consigna de hacer algo
excitante o trascendental cada vez que uno abre los ojos por la mañana. Acaso
para muchos o algunos la mejor manera de gozar el hoy postrero sea no hacer
nada. No ponerse filosófico. No obtener, mucho menos propagar conclusiones o
enseñanzas. No inquietar o aburrir al prójimo con adioses emotivos teñidos de
una gratitud extemporánea o redundante; mucho menos decirle lo que debe hacer
con su incanjeable presente.
Vive el hoy... es casi una tautología. Un remedo de
moraleja proferida por un iluminado espurio. Un arrebato propio de los
espíritus eufóricos. Como esas revelaciones "profundas" que
proliferan en los libros de superación personal que de tanto repetirlas —aunque sea con palabras distintas— ya no expresan nada.
Pobrecito del ayer, tan denigrado, tan
sin prestigio. Harapiento, sin que nadie le haga caso, por la calle repite su
pregón embustero: Todo tiempo pasado fue mejor. Los hoyistas y los
futuristas no le tienen mucho respeto a pesar de que lo usan como bastón, como
catapulta. Su facha espectral desagrada a la juventud.
Y el futuro, con su camisa limpia y
almidonada procura animar a los descorazonados: Mañana será otro día. No importa que el porvenir se vislumbre
vetusto. Aunque los agoreros lo manoseen no abandona su aire virginal.
Vivir como si no hubiese mañana. El
problema es que con semejante proceder el tiempo aparenta ser más raudo y las
horas no pueden ingerirse a cucharaditas. Un duro contraste cuando evocamos las
noches en vela, las jornadas interminables en que el reloj volvíase pachorrudo
hasta la exasperación. Hay que tener paciencia con el tiempo. El hoy se ocupa
sólo de sí.
Está claro que quienes tienen un presente
adverso, quizá no lo sobrevivirían de no ser por la expectativa de un futuro
"menos peor". Y aunque es irrebatible que el mañana puede no llegar, el intuir su lejano contorno resulta esperanzador (a veces) pese a su
remotidad.
Tal vez no exista Dios ni el futuro esté
a cargo de los astros o la baraja pero... ¿y el Azar? ¿Ese duende voluble que
con un estornudo puede apagar las velitas del pastel? ¿Ese gnomo refunfuñón que
puede echar por tierra los planes y los planos de los arquitectos de su destino?
Si bien el hoy es todo cuanto tenemos, casi nadie deja de flirtear con el
mañana. La subsistencia del ser humano ha tenido lugar gracias a su instinto
previsor. Vivir el hoy como si fuera el último día, por más entusiasmo que se
le ponga, no deja de tener su lado dramático, no erradica el cariz espeluznante
de la ocasión. Por otra parte, no todos quieren una existencia continua al
borde del desfiladero, no todo el mundo encuentra estimulante el dejarse llevar
por las emociones límite. Aunque en un solo día pueden experimentarse todos los
matices del corazón, hay personas que no buscan las piruetas anímicas. Hay
gente que prefiere un día terminal que sea plácido, reflexivo y ascético. Tener
un día en paz no es poca cosa. Acaso sea mucho pedir.