Ferdinando es
un toro gentil y exquisito, casi aristocrático. Repudia el zangoloteo y esos
alardes de machos sudorosos. ¿Para qué tantos topes? ¿Para qué tanto brinco
estando el prado tan parejo? Los demás toros, con fanfarronería, se empeñan en
imponer su frenesí y mostrar la presteza de sus astas. Pero no Ferdinando. Él
es refinado y prefiere el encanto de las flores silvestres. Introspectivo,
parece un buda esperando la iluminación debajo de su alcornoque favorito. Mira
con fijeza el horizonte y de cuando en cuando hace una pausa para aspirar el
aroma de las flores que lo circundan. Le gusta la sutileza de los efluvios
fragantes. Es un sibarita, el Epicuro de la manada. Los demás toros buscan
nombradía, reconocimiento a su bravura y trapío. Pero no Ferdinando.
¿Se imaginan a
Ferdinando en las fiestas de San Fermín? Los demás toros tratarían de embestir
con sus pitones amenazantes a los corredores durante el encierro, soberbios
entre los vítores de la multitud. Pero no Ferdinando. Seguramente permanecería contemplativo
en el corral, tras la valla de su mansedumbre.
Ferdinando es
un cuento de Munro Leaf que Walt Disney llevó a la pantalla mediante una
colorida, exuberante animación. Ganó el Oscar de la Academia como mejor
cortometraje en 1938. Dicen que creadores, dibujantes y guionistas acudieron a
la ceremonia, seducidos por las taurinas galas hollywoodenses. Fueron también a
lucirse a mitad del ruedo tras el paseíllo de la prensa.
Pero no
Ferdinando.