Plagio es la primera palabra que se te ocurre. Aunque después de muchos esfuerzos se ha demostrado que esta obra de Oliver Mosset es una falsificación de Pi por radio al cuadrado de un geómetra ancestral de Dios sabe cuál civilización, yo la guardo en mi colección con mucho cariño. Algunos aseguran que la réplica es superior a la producción original. La adquirí en una subasta neoyorquina (tras pujas en extremo reñidas) por una cantidad que no pienso revelar. Se diría que es una obra radical: la raíz del despropósito.
La maestría en el manejo del compás es innegable (puede verificarse con un transportador); tales precisiones euclidianas no se ven tan a menudo. Su redondez tiene una gran cantidad de significantes: puede tratarse del círculo polar, de un círculo secreto, un círculo de empresarios, un círculo de tiza o como aseguran algunos, un círculo giratorio. Yo prefiero pensar en un círculo de amistades muy unido.
Sea lo que sea, el cuadro revela una inventiva e imaginación apabullantes que prueban que el arte pictórico, en efecto, requiere talento y mucha dedicación. Nada de trazos fortuitos o arranques de inspiración bohemia: arte puro. Tampoco se trata de esa "libertad artística" tan cacareada y de tan alta estima desde el punto de vista mercantil. Es toda una andadura espiritual y estética que acapara la proyección de lo Uno y de lo Otro con efervescencia del espacio tratando de reflejar un "no-se-sabe-qué" en el sentido iconográfico del término dentro del mecanismo mental del autor desde una perspectiva histórico-crítica más lo que se acumule durante la semana. Ustedes me entienden.
La maestría en el manejo del compás es innegable (puede verificarse con un transportador); tales precisiones euclidianas no se ven tan a menudo. Su redondez tiene una gran cantidad de significantes: puede tratarse del círculo polar, de un círculo secreto, un círculo de empresarios, un círculo de tiza o como aseguran algunos, un círculo giratorio. Yo prefiero pensar en un círculo de amistades muy unido.
Sea lo que sea, el cuadro revela una inventiva e imaginación apabullantes que prueban que el arte pictórico, en efecto, requiere talento y mucha dedicación. Nada de trazos fortuitos o arranques de inspiración bohemia: arte puro. Tampoco se trata de esa "libertad artística" tan cacareada y de tan alta estima desde el punto de vista mercantil. Es toda una andadura espiritual y estética que acapara la proyección de lo Uno y de lo Otro con efervescencia del espacio tratando de reflejar un "no-se-sabe-qué" en el sentido iconográfico del término dentro del mecanismo mental del autor desde una perspectiva histórico-crítica más lo que se acumule durante la semana. Ustedes me entienden.