sábado, 21 de febrero de 2015

Abbá



Dios: siendo yo un niño
en el umbral de la era de hippies apostólicos,
supe de quien con fe llaman tu hijo
y de rodillas blasfemé: son tan diferentes.
Tú cósmico, Él galileo.
Me conmovieron sus retorcidos miembros por los clavos
y el bello torso de una floral fragilidad
expuesto sobre la cruz.
Me hablaron de su séquito
de pescadores harapientos y mujeres difamadas.
Él mejilla por mejilla, Tú ojo por ojo.
En el templo se condujo como el paladín justiciero
que cualquier chiquillo vitorea.
Dicen que musitó dóciles palabras
con las que te bendecía antes de morir.
¿Pensaste en la Madre cuando se coaguló
la sangre en sus cabellos?
Corre el rumor de que lo embalsamaron
con supersticiones y la ascención tuvo otra ruta.
Junto a tu trono ecuménico y calígine
no hay espíritu santo a la siniestra
ni vástago a la diestra.
No yerres: perdí la fe
no el deseo de amar a un padre celeste.
Él misericordioso, Tú punitivo.
El cordero sacrificado, desde un fétido despeñadero
está llamando a su rebaño.
Tiemblo aún ante su resplandor
de estrella pechiabierta.
En verdad os digo que no se te parece.