jueves, 12 de febrero de 2015

Homo Lectoris 10 (Puro rollo - Grecia clásica)


Ya en lo que han dado en llamar la "Época dorada" de la cultura griega (hace unos veinticinco siglos más o menos); filósofos, poetas, historiadores y dramaturgos ponían el grito en el Olimpo por la cantidad de libros que circulaban en el mercado. Era una queja muy extendida. Igual que ahora. Idénticos síntomas de hartazgo por el inmenso número de obras disponibles.
Sócrates se oponía a la lectura de libros porque los consideraba nocivos para la memoria y el aprendizaje, un sucedáneo chapucero de la sabiduría (bien pudo ser el mismo Platón poniendo en labios de su maestro palabras que en realidad no profirió). Para el filósofo los libros eran objetos que no aceptaban interacción alguna, exponían su tiránico discurso y nada más. Séneca recomendaba contar con unos pocos y muy selectos libros de cabecera. De modo que, hablar de la plaga libresca no es una novedad. Por supuesto esa actitud quejumbrosa y llorona no excluía a los copistas (en su mayor parte esclavos), quienes no estaban encantados con transcribir una treintena de rollos de papiro para un solo ejemplar de la Ilíada o la Odisea: muchos de ellos no escribían sino dibujaban los caracteres sin entenderlos lo cual propiciaba las erratas.
Difundidos en formato físico, los volúmenes podían llegar a manos de quienes los entendían y quienes no. Eran sugeridos, prestados, regalados, discutidos. Víctimas de la indiferencia o sujetos a múltiples y disímiles interpretaciones. Igual que ahora.
Para que un libro se considerara publicado era menester su lectura en voz alta, por el propio autor o un criado, ante una audiencia. Aunque la oratoria, la conversación culturosa y la tertulia intelectual gozaban de alta estima en la época helenística clásica, el libro y la lectura silenciosa fueron ganando adeptos. La gratificación íntima, personal de un lector frente a su papiro fue desplazando al binomio orador-público. El rollo oral vs el rollo escrito.
Libros sobre cualquier tema, sin excluir ejemplares de profecías, exhortaciones morales, consejos culinarios, manuales tipo "hágalo usted mismo", tratados sobre sexualidad, tácticas militares, primeros auxilios, etc. De todo como en botica. Igual que ahora.
Sócrates no creía en un vínculo entre el lector y el texto escrito, ni en esa complicidad con el autor que en nuestro tiempo tanto nos gusta idealizar plenos de romanticismo. Nada de: "Soy un libro y les voy a contar mis intimidades con una lectora".