lunes, 23 de febrero de 2015
Diatriba más bien claridosa
Pujan los feligreses de este juego
que —hosanna— se bendice con las patas.
Devota de los tótems en el campo,
la barbarie persígnase con goles.
Le escupiría Píndaro a la turba
que confunde a un trofeo con la gloria.
Una guirnalda de balones: gloria
de veintidós eunucos cuyo juego
pudre el par de neuronas de una turba
que robustece el ego con las patas.
Catatonia de micos en el campo
que ofrece un festival de flojos goles.
El honor patrio pende de los goles
de estos caudillos (¡risa!) en pos de gloria,
remedo atroz de atletas en el campo
que toman por oráculo un ruin juego,
un ritual que se oficia con las patas
y la mística vacua de la turba.
Hay que ver el festejo de la turba,
su brindis con cerveza por los goles
—esa estéril hazaña de las patas—
su fanfarronería hecha gloria
por la postiza épica de un juego
que vulgariza a todos en el campo.
La peste excrementicia, desde el campo,
propágase adictiva entre la turba.
Mefítico negocio: hay tanto en juego
que la divisa en curso son los goles
con que se compran cáscaras de gloria:
la estólida epopeya de las patas.
Si la virilidad está en sus patas,
se sienten señoriles en el campo
con su fugaz y chapucera gloria;
mitopeica costumbre de la turba
de exhibirse grotesca ante los goles
de bufones pomposos en el campo.
Píndaro, ya la turba exige goles
eructando en el campo hedionda gloria
del juego que se entiende con las patas.