Me pusieron el mundo entre las manos
envuelto en seda y caros tercipelos
sin manuales, ni guías. Los arcanos
secretos del poder de mis abuelos
se quedaron en Austria. Indigna fui,
amado Fersen, de llevar corona,
mas ¡tanta humillación! ¿la merecí?
Nací alteza imperial; no una bribona.
Ya debo prepararme, último acto,
del drama de la "Viuda de Capeto".
La cabeza bien alta hasta el impacto:
el público merece mi respeto.
Y a ti, el más leal, mi amor, mi amante,
te encargo una oración para el instante.
Pilar L-Muñiz