lunes, 27 de mayo de 2013

Pingüino



Al despedirme siento que me arruino
bajo un alud de nieve que repleta
la madriguera idílica y secreta
en donde éramos dos tras un destino.
Igual que un melancólico pingüino
que mira y dice adiós con una aleta,
solemne, con su traje de etiqueta,
con quebranto glacial y ultramarino,
al iglú que se aleja sobre el hielo
y flota a la deriva, separado
del Polo, en donde vas sin que lo evite,
en búsqueda de otro aire y otro cielo;
mientras que -viejo yo para ir a nado-
quedo en el témpano que se derrite.




jueves, 16 de mayo de 2013

Autoflagelación Lichtenbergiana *


Soy tan feo que si un mal artista dibujara en la penumbra mi rostro, sólo podría mejorarlo. Huyo de la ventana cuando veo a una persona acercarse, no tanto para evitarle el trabajo de saludarme sino para evitarme el bochorno de que no lo haga. Si volver a nacer me fuera permitido, me gustaría hacerle unas frívolas recomendaciones al Creador acerca de mi fisonomía y proporciones corporales. Si Dios hizo al hombre a su imagen  y semejanza, no quiero sacar conclusiones. La única recompensa que me aporta mi fealdad es la capacidad de reconocerla. Por suerte, mi nariz es la única parte de mi cara que puedo ver sin un espejo.
Yo sufro con anómalo cariño la monstruosa belleza de ser feo.
En estos días en que el culto a la belleza es casi obligatorio, un asunto de vida o muerte; el club de los feos se ha reducido -parece- a un gremio muy exclusivo.
Mi cuerpo y yo no congeniamos: tratamos de ignorar que el otro existe. Nunca seremos uno. Eso sí, mi cerebro y mi corazón son muy bien avenidos: como soy jorobado, están más cerca el uno del otro.
Si hubiese podido prescindir del Supremo y crearme yo solo, nuevo entero, en forma y en tamaño; jamás les fallaría. Todo por darles gusto.

* (Pastiche sobre aforismos de Georg Christoph Lichtenbrg. Astrónomo, físico y filósofo alemán. Feo, casi enano y jorobado. Un genio.)


lunes, 22 de abril de 2013

Voluntad de yerro 2


Fe de Erratas

En un número anterior del blog, publicamos un haiku del insigne maestro Taka Nijo. En él hay 17 erratas. La primera aparece en el título: "Un haiku me manda hacer Violante"; pues bien, el texto no lleva título. En la primera línea: "¿Un haiku pides?", aparecieron mezclados tres versos que corresponden a poemas diferentes, que en realidad tampoco son poemas sino extractos de una tesis científica sobre los efectos nocivos del tabaco en las conchas marinas.
Donde dice: "Hecho está.", debe decir: "Echo siesta.", ya que la intención del haijin era exhortar a la amada para compartir el futón en una calurosa tarde de verano con fines precopulativos. Prosiguiendo: "Eso es todo", debe leerse: "Queso es nodo", tácita, sutil y elegante comparación para referirse al nudoso queso de Oaxaca, el cual, según el tip No. 783 de los "Secretos de Alcoba" publicados por la revista Cosmopolitan, es un inmejorable afrodisíaco.
Por último, en el verso: "No es culpa mía",  el original reza: "No ves pulpa, tía."; tropo de evidentes connotaciones venéreas (y posiblemente incestuosas) que no requiere más explicación.
Reproducimos pues, íntegra y con las muy sentidas disculpas por parte del cuerpo editorial, la versión debidamente corregida:

¿Un haiku pides?
Hecho está. Eso es todo.
No es culpa mía.

jueves, 18 de abril de 2013

Homo Lectoris 6 (Tabletas de Barro)




Para contrarrestar tiempos de malas cosechas, nada mejor que un buen libro. Los sumerios lo sabían. Hace milenios, leerle a los plantíos en voz alta resultó un método de gran eficacia para que la agricultura prosperara. En una región donde el tornadizo río Éufrates cambiaba de curso con impredecible frecuencia, y cuyo caudal se evaporaba en buena medida antes de llegar al mar; las sequías eran comunes. Un escriba con buena dicción era capaz de convocar la lluvia leyendo una tablilla con historias de las dinastías reales. Los mitos de los dioses eran buenos plaguicidas. Relatos directos, sencillos pero cautivadores, muy alejados de los retruécanos bíblicos judeocristianos. Los dioses son huraños e indómitos como un río. Para infundir ánimo en las semillas, les leían horóscopos: El león siempre confía en los buenos presagios. Las civilizaciones mesopotámicas gustaban mucho de los géneros proféticos y creían que los sembradíos los secundaban en tales preferencias. Los textos sapienciales, aderezados con máximas y proverbios, eran leídos asiduamente a los campos de cebada para asegurar el suministro de cerveza. Para renovar la fertilidad de los suelos, los conjuros de los ancestros se leían por lo general como una larga retahíla de versículos llenos de paralelismos con la naturaleza.
Fue en la última parte del segundo milenio antes de nuestra era, cuando se produjo una intensa campaña para seleccionar las mejores obras literarias. Había editores y catálogos (no eran E-books sino Clay-books). Se hicieron traducciones y versiones nuevas de clásicos éxitos de ventas como "La Epopeya de Gilgamesh" y otros títulos en las listas de popularidad. Se instauraron escuelas de lectura en voz alta, al frente de las cuales figuraba un escriba célebre quien se ocupaba de los entrenamientos. Hombres y mujeres egresados de estos centros, eran considerados seres bienhechores.

jueves, 4 de abril de 2013

Exposición de un coleccionista 3 (Museo cerillero)


Museo Cerillero

Lo revelo con propósitos efectistas: desde muy niño visité los museos Louvre y del Prado. Lo hice por medio de los cerillos de "La Central", esa cajita de 66 fósforos (en aquel entonces, ahora son 50) que era una especie de museo portátil, ambulante. En el reverso se reproducía algún cuadro famoso de "Los Clásicos" exhibidos en las magnas salas europeas. Por cuarenta centavos uno podía adquirir la estampa de una costosa pintura y poner un pie en una gran exposición internacional. Eran coleccionables y el álbum en donde se atesoraban, una vez lleno con todos los cromos, era canjeable por una copia en tamaño original del cuadro que se eligiera. El problema o, más bien el dilema, radicaba en que el esfuerzo de reunir tantas "pinturitas" (había álbumes de 200 y 340) era tal que a fin de cuentas se prefería conservarlas antes que colgar en la pared una imitación barata. Recuerdo que no pocas veces me embarré de lodo las manos tratando de rescatar una cajita de cerillos injustamente poco apreciada: "¡Bah!... Retrato de la Infanta Margarita por Velázquez... Ya la tengo". Cosa extraña; la estampa más huidiza, la más difícil de conseguir era la más conocida: "La Gioconda" a la que correspondía el No. 93. Gracias a las célebres pinturitas conocí el rostro de Leonardo ya que su autorretrato también figuraba en la serie, pero la hermosa carita de Fabiola en pincel de Henner, me tenía subyugado.


Por supuesto, el brete por llenar el álbum nos convertía en promotores de los primitivos cerillos y en antagonistas acérrimos de los encendedores. Uno no se cansaba de ponderar las virtudes de lo rudimentario y emprender una campaña de desprestigio contra lo moderno. En la tienda de la esquina era frecuente que los despachadores perdieran la paciencia ante alguien que en lugar de comprar cerillos compraba las estampas: "Ya la tengo... Ya la tengo... También... Ya... Ya...". Muchos los consideraban un pasatiempo pueril, una tontería. Por lo menos uno podía aprenderse los nombres de artistas y cuadros para impresionar a las visitas.


sábado, 9 de marzo de 2013

La pistola entre las ingles

Bonnie Parker
                                                                      


Lástima que mi hermoso cabello color trigo quedara ensangrentado por las ráfagas de amatralladora. El vestido era nuevo. Había dejado las lentejas cocinándose en la estufa. No me trataron como a Helena de Troya. Mi amado me pidió matrimonio aunque en realidad no quería hacerlo. Lo hubiera lamentado: soy una chica campirana que dejó su hogar para ir en busca del frenesí desbocado de la ciudad. Fue un tierno detalle de cualquier modo su no propuesta de casarnos. Con mi boina negra le parecía una escultora francesa aunque lo mío eran los poemas: Caí en las redes de un criminal, no pude evitar enamorarme con locura. Juro que le gustaban las caricias entre las ingles con mi pistola. Juro que nunca disparé un arma. Se me quemaron las lentejas.

Aunque compañera de un asaltabancos, se dice que Bonnie nunca encañonó una pistola. Escribió poemas.