lunes, 17 de septiembre de 2018

Ojos de Pacún 4



°
cruzar tus ojos
la puerta de ternura:
pido permiso

°
tan extrañadas
tus cejas preguntonas
siempre curiosas



°
tan esplendentes
los oscuros luceros
de tu mirada

°
dos universos
de pacún son tus ojos
de luz oscura




°
muy pocas cosas
tan enceguedoras
como tus ojos

°
soy un registro:
catálogo completo
de tus miradas



°
mudas palabras
eres más elocuente
con tu mirada

°
en la tinieblas
si tus ojos se cierran
estoy perdido


°
me miro en ellos
tus ojos son espejo
que hace favores

°
no me aconsejo
la ausencia de tus ojos
conmigo mismo



sábado, 1 de septiembre de 2018

Dulcifea



Mi nombre es Dulcifea, mas no fui la doncella de caballero andante alguno. Yo me encontraba en la mazmorra de la soledad, el sitio al que van a parar los seres que el Amor desprecia.

Con mi rostro malhecho e insulso me gané el grado y el honor de ser la más horripilante de la escuela: nadie me invitó al baile de graduación. Mi vestido de gala fue la noche baldía.

Mi peinado ridículo y barroco causaba una hilaridad muy parecida a las lágrimas de lástima.
Tenía el cuerpo de una tabla de planchar, figura de mantarraya anémica. Aspecto de mariposa aliquebrada y confundida.

Un fenómeno de circo tenía menos público morboso que yo y conseguí sentirme como el escupitajo de un ebrio trasnochado. Me acostumbré a rehuirle a los espejos y la oscuridad fue mi amiga predilecta. La única.

Rota: me puse a reunir mis pedazos como si fueran reliquias de escarcha. Tiempo después me dio por fumar y me solté el cabello. Me puse pantalones y una blusa con motivos floripondios. Mis collares eran como abalorios de estrellas en vías de extinción.


Poco a poco mis dimensiones adquirieron colorido. Aprendí que no todo dolor debe eludirse y supe lucir una sonrisa agónica y desvergonzada: la fealdad tiene su cariz hechicero. Mi cara fea de pétalos marchitos. Sé ahora de la estilización estratégica de la apariencia.



Que Dios bendiga al güisqui. Ser feliz no es lo más importante en este mundo, como lo preconizan los fatuos que carecen de espíritu y necesitan ser grandes mentirosos de sí mismos. A menudo viene bien hacerse la ofendida. De ahora en adelante mi nombre será: Vehemencia. Singing the Blues. Ahora mi nombre es Janis.



miércoles, 29 de agosto de 2018

Encuentro

Resultado de imagen para mujer con sombrero en la calle



Me dije al verte en sueños por la calle:
"Mujer inteligente se aproxima", (*)
y yo te agradecí el gentil detalle
de mejorar la atmósfera y el clima.
Pensé luego: "Ojalá que me saludes",
y devino un febril descubrimiento;
al hablarte deduje tus virtudes:
sensible, culta, noble y con talento.
Fue un aura epitalámica completa:
tu voz, tus ademanes, tu vestido.
Tu corazón volvióse un frío asceta
y a la par, tu intelecto, más sentido.
Me embrujaron tu estilo caminero,
tu risa triste y —claro— tu sombrero.

(*) Roque Dalton

miércoles, 4 de julio de 2018

Manual de Botánica 4 (Baobab)





Santuario viviente que se tutea con el Tiempo al tratarlo como a un cómplice, compañero de inmemoriales correrías. Su flor en cambio es tan fugaz que resulta una chispa de las eras: resplandece veinticuatro horas. 

Descomunal cantimplora de la aldea con cientos de litros en sus entrañas. Sus hojas son medicinales y reconstituyentes: pruebe una infusión de baobab y su organismo se lo agradecerá.
Su fruto es vianda eucarística para los humanos y sustento nutritivo para los animales.

Es un árbol pulcro y gentil cuya corteza sirve para elaborar cestos, sombreros, impermeables para los chubascos.

Una sola persona no puede abarcar su tronco, abrazándolo: es como la sabiduría.

Están en peligro de extinción, tanto el baobab como la sabiduría.

Las centurias han nutrido
su abolengo de botella,
sus raíces son aquella
parte oculta del olvido.
Templo al que se le han rendido
las más pías abluciones
de todas las religiones:
amarilla, negra o rubia.
Que en su tronco albergue lluvia
no es el menor de sus dones.


jueves, 7 de junio de 2018

Infierno






El día en que llegué al infierno fue bastante difícil: no tenía con quien platicar. Yo esperaba ver guardias, carceleros o al menos monstruos llamativos que me impresionaran con su tétrica apariencia. El agua azufrosa no me quitaba la sed. No había un mísero paño al alcance para enjugarme el sudor. 
Ningún evento interesante de vez en cuando para hacerme olvidar el bochorno. He esperado en vano un desfile de carros alegóricos con demonios empuñando sus tridentes, pero nada. Mi único paisaje es un interminable río de lava que ya me hastía. Nada de abismos con llamaradas insaciables dispuestas a calcinar a los pecadores. Ni una escena de tormento con una gran olla de agua hirviente y algún otro condenado en su interior para amenizar la eternidad.
Arribé saludable y ahora tengo una permanente tos que no me deja tranquilo.

El Diablo resultó un antisocial y se la pasa tramando fallidas tentaciones. Lo conminé para que realizara algún malévolo prodigio y así poder profesarle un poco de respeto, pero es fecha que no muestra un poco de la perversidad que tanto le atribuyen los mortales. De hecho me parece un poco femenino a causa de las frases dulzonas que me dirije, llenas de consejos no solicitados.

He pensado tanto en los placeres prohibidos a los que renuncian los hombres por temor a caer en un perenne suplicio que en realidad no existe. Yo, que me esforcé por ser la persona más ruin del mundo para no tener que convivir con santurrones por los siglos de los siglos, estoy consumiéndome, pero no por las llamas sino por el aburrimiento.
Decepcionante.

viernes, 18 de mayo de 2018

Espéculo No. 1





Esta joven —que sabe hacer germinar todas las palabras con un beso— tiene ojos selváticos como corresponde a una musa destituida.
Creó el Cosmos en siete días y en el octavo descansó. En el primer día hizo un estuche de miradas que repartió entre Eva, María Magdalena, Cleopatra, Dalila, Juana de Arco, María Antonieta, Mata Hari y otras concursantes de melancólica obstinación.
El día segundo produjo una noche de bienestar marino sin faltar la habitual brisa proveniente de un ignoto acantilado. La tercera jornada estuvo muy tenaz engendrando caprichos multicolores. En el cuarto día inventó corazones en extremo receptivos con sus correspondientes listones de regalo. El quinto día lo tuvo destinado a triviales pormenores domésticos, pero el sexto y séptimo los consagró a diseñarse una corona con piezas de ajedrez.
Durante el merecido descanso del octavo día, recibió la visita de Ana Bolena y le permitió que dejara reposar su al garete cabeza mutilada en su hombro mientras la acariciaba compasiva. Después se emborracharon brindando sin parar por la implantación de una nueva semana laboral, por los amores no correspondidos y las equivocaciones por la desesperación salaz.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Las mamás no tienen la culpa





 A mi madre, que es el primer año que estoy sin ella.

A medida que se acerca la fecha ignominiosa, las madres comienzan a experimentar un pánico helado en las rodillas, una opresión trepidante en el pecho ante la llegada del Día de las Madres.
Yo también hice espeluznantes trabajos manuales en la escuela para celebrar a mi mamá en su día. Pobre Ella, ¿qué culpa tenía?

Dos semanas antes de tan magna efeméride, bajo la tutela de maestras y maestros que más bien fungían como cómplices o incluso como cerebros de tal crimen, comenzábamos a elaborar con nuestras manitas endemoniadas y destructoras, algún artefacto tan feo como inútil para homenajear a la autora de nuestros días. A saber: un "espejo" hecho con un plato desechable de cartón pintado de color dorado con un atomizador, palitos de paleta alrededor para darle la apariencia del astro rey y una luna de espejo adherida al centro. Otro esperpento: una cosa rara confeccionada con horquillas para la ropa, recubiertas con odorífica laca oscura que a muchos volvió drogadictos, puestas simétricamente sobre una franela amarilla fosforescente, utensilio de cocina que según los adultos, servía para poner las sartenes calientes después de preparar los alimentos. Un último caso: un adorno frutal vaciado en yeso y decorado con pincelazos torpes tan horrendo que era testimonio de primera mano de nuestro fracaso futuro como artistas plásticos.

Y sin embargo, las madres se conmovían con nuestra cándida ineptitud.

Luego el asunto se ponía peor. Sí, el Día del Festival de las Madres. ¡Jesús mil veces!
En tan solemne ocasión, teníamos que llevar como de "sorpresa", el regalo envuelto en celofán para hacer la entrega oficial, por supuesto, después de unas bonitas declamaciones ("Mamá, soy Paquito, no haré travesuras") y bailables en honor de las abochornadas mamás.
Como número culminante, llegaba la hora del desayuno o merienda para terminar de agobiarlas bajo el sol febril de mayo con un calorón, sirviéndoles unos tamales mal cocidos que parecían engrudo y un vaso desechable lleno de refresco Joya de fresa o ponche (al tiempo, si me hace favor). Una rebanada de pastel de sabor indefinido pero con la crema batida de tono casi blanco.

Ya en casa, Mamá no sabía dónde colocar el bello presente. Primero, para que nadie viera semejante bodrio y, segundo, para no herir mis sentimientos. Después me abrazaba, temblándole la barbilla de la emoción y con lágrimas en los ojos: "¡Ay, m'ijo!".
Y uno correspondía amoroso al potente abrazo maternal diciendo: "Mamá... todavía tengo que pagar el dinero del material con que te hice esa pendejada".