miércoles, 25 de abril de 2012
Diezmos 9
Chica mala
Me gustas de chica mala,
con vestimenta de cuero
y tus cadenas de acero
en la cintura: de gala.
Tu estilo negro apuñala
a mis ojos en la calle.
Surge el amor de tu talle
cuando colocas tan tierna
tu navaja en mi entrepierna
en un bonito detalle.
domingo, 15 de abril de 2012
Homo Lectoris 4 (La alfarerita de Warka)
La alfarerita de Warka
Entre plato y cántaro se da
tiempo para leer un par de páginas. Siempre las mancha de barro: la ansiedad le
impide enjuagárselas como es debido. Esta forma de distribuir actividades la
estimula porque lejos de robarle concentración le permite volver mentalmente a lo
leído combinando la labor manual con el intelecto. Modela a mano ya que no
tiene torno ni dinero para comprarlo, y no está en sus planes meter uno en el
tallercito que es también vivenda puesto que hay necesidades más urgentes. Al
tamizar la arcilla interrumpe de nuevo su tarea para distraerse con otro
párrafo. No se da cuenta de que rechina los dientes mientras lee. Duda en
considerar lo suyo un mal, un vicio. No puede evitarlo, es un acto reflejo y
orgánico. Como lectora congénita prefiere la técnica de hacerlo en silencio y
con los ojos, pero sobretodo, para adentro, en pletórica intimidad. Una
sensación indefinida la induce a vincular su quehacer de alfarera con los
caracteres del texto. Quizá porque los signos le sugieren huellas de pájaro en
el lodo, o le evocan aquellos vasos que vio una vez en el mercado de Warka, con
imágenes de hombres y mujeres leyendo. Ella no es tan hábil para decorar, de
modo que se contenta con uno que otro detalle geométrico en sus objetos.
Cuando va a la noria por agua
suele tropezarse: con la mirada fija en la lectura no tiene cuidado ante el
sendero. Si necesita reunir leña para cocer los cacharros, se da una tregua
para continuar con su afición sentada en un tronco. Vive sola y es tan pobre
que no le alcanza con su oficio para adquirir libros. La poca gente que le
compra vasijas es tan humilde como ella. No pudiendo comprar libros se los
escribe ella misma.
sábado, 31 de marzo de 2012
Homo Lectoris 3 (Aporías del lector)
Aporías del Lector
1) Leer no implica superioridad moral.
1) Leer no implica superioridad moral.
2) Más
que conocimiento y, primero que todo, la lectura pone a la mano el placer.
3)
Quien se pronuncie: “No hay libro malo”, no ha leído lo suficiente.
4) Es
más gratificante el buen leer que el buen escribir.
5) Leer
con calidad. Aunque no existe nada llamado “Lector de primera categoría”.
6) La
lectura no es ninguna panacea. Ya
es bastante que a veces cure el aburrimiento.
7) La
lectura y los libros constituyen un idilio impráctico. (No conduce a un
provecho material).
8) No
es ningún despropósito alternar la lectura de dos o más libros en paralelo.
9) Para
releer es requisito indispensable leer primero.
10)
Releer un buen libro es leer distintos libros.
11) No
se puede leer y transmitir oralmente o por escrito la experiencia.
12)
Leer ideas es una cosa. Entenderlas, una segunda. Aplicarlas es la tercera.
13)
Para fomentar la lectura, nada mejor que declararla ilícita junto con los
libros.
14) La
lectura es como cualquier religión. Se le pueden imputar todas las virtudes y
vicios de la humanidad. Puede conceder consuelo, iluminación, paz interior; o
contribuir a la pleitesía y superstición más repugnantes.
Etiquetas:
aporías lector,
Homo lectoris,
lectura,
libro
sábado, 24 de marzo de 2012
El club de los frustrados
El chef se pegó un tiro porque la gente no
contaba con el paladar desarrollado para apreciar sus manjares. El pintor puso
veneno en su café porque nadie tenía ojo para su arte. Al atleta lo encontraron
suspendido de una soga porque el público ya no vitoreaba sus logros olímpicos. Introduciendo
una tostadora de pan en la bañera, el payaso del circo se electrocutó porque
sus gracias no hacían reír a nadie. Con un salto desde un precipicio, el
meteorólogo dijo adiós al mundo porque sus pronósticos eran interpretados
siempre en sentido opuesto. El científico, atándose una piedra, se mantuvo bajo
el agua hasta ahogarse porque ningún mortal era capaz de entender sus teorías.
El cartero fue hallado con las venas abiertas porque las cartas ya no eran una
práctica común entre la gente.
Yo soy más ecuánime y no llego a tales
extremos, a pesar de ser un médico desacreditado a quien todos los pacientes se
le mueren.
sábado, 17 de marzo de 2012
El hediondista
Tengo un oficio abyecto pero
redituable, soy hediondista. Repito: hediondista. Sí, no se rían. Fabrico
soluciones fétidas. Las vendo casa por casa recorriendo un exclusivo circuito
residencial. Cuento con una amplia gama de productos en catálogo aunque también
elaboro material por encargo. He patentado todas mis fórmulas. Es un negocio en
pleno crecimiento. Tal vez no lo crean pero los concentrados apestosos tienen
gran demanda. Y no hablo únicamente de los que se expenden para gastarle una
broma pesada a gente amiga -o
enemiga-. De
esas sustancias que se embarran en la mano al saludar dejando su impronta
hedionda, o las que se colocan debajo de una silla para extender sospechas
burlonas entre la concurrencia de una reunión. Para tales prácticas inofensivas
proveo el clásico frasquito con tufo a caño tapado o huevo podrido. Pero hay
olores sintéticos con fines utilitarios de mayor alcance para los que se requiere
habilidad y empeño. Si quieren obligar a alguien indolente para que limpie las
alfombras o la tapicería de los sillones y el sofá, rocíen los enseres con mi
extracto de vómito postjuerga navideña. Para aquellos que anhelen transportarse
cómodamente en un vagón vacío del metro un día laborable a la hora pico, la
solución es simple: un artefacto pestífero expansivo de flatulencia perruna.
¿Quieren acaparar la comida en el bufet de una muestra gastronómica internacional?
Fácil. Basta abrir una cápsula que libera una mixtura odorante de vegetales
pútridos, calcetín de maratonista y transpiración canicular de borracho
cervecero. Si intentan desembarazarse de un pretendiente encimoso o de alguna
enamorada melodramática, pueden recurrir a mi atomizador bucal con efluvio de
mofeta malaya combinado con orina de zorro. Provoca una halitosis más repugnante
que expeler gases o un regüeldo de jugos gástricos, impregnándose en el prójimo
de modo nefando; cualquier amago de beso desaparecerá ante este infalible
compuesto levemente tóxico que trastorna la facultad olfativa hasta por varias
horas. Un genuino ataque a la nariz. Ahora bien, lo mío es un trabajo de
detalle. No se crea que es cuestión de revolver ingredientes al azar. No. Tiene
su método. Mi clientela es exigente y debo traducir a una pestilencia específica
su capricho y, sobre todo, sintetizarla en mi laboratorio casero. Hoy, por
ejemplo, me toca la entrega de un excéntrico pedido. Un líquido espeso con el miasma
de cadáver putrefacto. Encomienda de un predicador, de esos que salen en la tele
y actúan como merolicos frente a los incautos. Dice que él es la resurrección y
la vida. No me animo a preguntar para qué quiere el menjurje.
miércoles, 14 de marzo de 2012
Pompas de jabón
el caracol oculto:
me le parezco
tinta en mi mano
mi línea de la vida
se ha prolongado
niños de noche
en charla sobre espectros:
rechina un gozne
moscas cual buitres
en derredor zumbando:
un gorrión muerto
noche de lluvia
un gato entre mis botas
pidiendo afecto
viernes, 9 de marzo de 2012
Mary Tifoidea
Al desembarcar en Nueva York me puse muy nerviosa porque me advirtieron que las autoridades migratorias eran muy estrictas con la higiene y la salud. Por si fuera poco, a los irlandeses nos tenían por mugrientos. Cualquier indicio de enfermedad y adiós América. Mi aplomo durante el interrogatorio fue el mejor pasaporte. ¿Quién puede prohibirle la entrada a una joven a todas luces sana?
Tuve mucha suerte al encontrar empleo como cocinera poco después de mi llegada. Mi habilidad culinaria también fue definitiva. Pero ¿cómo iba a intuir que una elemental sopa de verduras pudiera ser dañina? Con la mitad de mis comensales aquejados por fiebre y dolor de cabeza decidí que era mejor hervir ollas en otra parte. Me aceptaron en un hogar aristocrático. Ahí tuve que recibir a un agente de la policía porque uno de los que paladearon mi sopa había muerto. ¿Era sospechosa? Previendo que no me dejarían tranquila empaqué de nuevo. A mi siguiente trabajo llegó la noticia de otra cadena de enfermos, todos adeptos de mis platillos. Me marcaron como portadora de tifoidea. Mi querella ante la ley fue en vano. Fallecieron dos más. Fue una tortura mi peregrinar entre empleos y alojamientos. Buscando refugio y purificación hube de ocuparme en la cocina de un hospital. Lo supuse un logro mas perdí la batalla. Dicen que contagié a medio centenar. Tengo ya venticinco años en cuarentena, apartada en un rincón del hospital. Al menos tengo mi cabañita. Ya no cocino.
Mary Mallon
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