Anhelo delinquir en tu cintura
cual reptil de taimada mordedura.
Quiero, bajo tus pies poner mi pecho
como un atajo al corazón, derecho.
Busco dar un saludo a tus olvidos
dejándote los pómulos mordidos
y soñar que tu mano me cobija
para así convertirme en tu sortija.
Déjame ser tu pájaro faldero
pues morar en tu talle es lo que quiero.
En tu hueco poplíteo tiene casa
mi boca que de besos no anda escasa;
es por ti que comparten en mis hombros
un rincón, la opulencia y los escombros.
Mi espíritu flamígero te brindo
cual tronco en combustión de tamarindo:
absorto en el oficio de ser tuyo
mi identidad olvido, la recluyo;
que no me siga más mi esencia mustia,
sin duda soy patiño de la angustia.
Antes de ti el amor, burlón, solía
ignorar mi esperanza noche y día,
por eso te inventé aunque ya estabas
y eran mi mente y carne tus esclavas.
Eva afín, en mi edén imaginario,
raridad de un ficticio relicario.
Mas nunca has sido mía salvo en versos
porque encaro fenómenos adversos;
me hacen saber homúnculos y duendes
que te distraes de mí, te desentiendes
y la falta de ti se me evidencia:
mis ojos guardan íntegra tu ausencia.
A Dios suelo implorar noches enteras
—de hinojos, como aupando tus caderas—
que a mi entidad cariñes y aternures,
que tus frases no sean calambures
para jugar conmigo o con mi higo
pese a que con tus burlas me coligo.
A mi amor no es posible que lo trunque
un golpe de martillo. Soy tu yunque.
Si con el curso de tu olor anegas
mi ser, hurí de dádivas rejegas,
me robustece tu perfume. Gasta
más, despilfarra en mí tu iconoclasta
donaire, multiplica tu figura:
haz otra igual a ti con tu hermosura.