Estado de
sitio
Débil,
arrinconándome la Vida
con un trozo
de vidrio en la garganta
en un sórdido
túnel sin salida,
su sombra
fantasmal se me agiganta;
la intrepidez
se me ha desvanecido,
tengo angustia
y no puedo hablar de cuánta.
Ya casi es un
dialecto mi gemido,
un estertor
agónico e inconexo
sin una
ubicación en el olvido.
Me he
humillado teatral y genuflexo
ante el Azar
que toma decisiones
sin permitir
el más remoto nexo
con lo que
otrora fueron ilusiones,
como cuando un
revés determinante
acaba con la
fe de que dispones.
Muere una
convicción en un instante,
un ideal de
cáscara compacta
se vuelve
añicos con afán mutante.
Ya con la
egolatría tumefacta
ante los
trances más inofensivos
toda nuestra
bravura se retracta.
La penumbra no
deja espejos vivos,
sólo tiene
oquedad en torno suyo
y una serie de
cultos expiativos.
En madriguera
tal me disminuyo,
como una
bestezuela temerosa
dentro de un
esperpéntico capullo.
Se ha vuelto
mi habitáculo esta fosa
de
taciturnidad y aquejamiento
porque el
mundo colérico me acosa.
Es una
abdicación, no me arrepiento
de claudicar
al pie de un precipicio
sitiado por un
mal presentimiento.
Acontezco en
un ámbito ficticio,
en medio de
pretéritas quimeras
cuando a solas
les hablo y acaricio.
El miedo es de costumbres pendencieras,
sientes que su
negrura es un vil hado,
como un dios
que aguardara a que te mueras.
Cogiendo un rumbo
exótico he arribado
a un túnel sin salida y sin retorno,
a un túnel sin salida y sin retorno,
de mucho a
poco y nada me degrado.
Como síntoma
grave de trastorno,
creo que tengo
un témpano a mi lado
a juzgar por
mi gélido contorno
o tal vez por
mí mismo estoy sitiado.