domingo, 15 de abril de 2012

Homo Lectoris 4 (La alfarerita de Warka)




La alfarerita de Warka

Entre plato y cántaro se da tiempo para leer un par de páginas. Siempre las mancha de barro: la ansiedad le impide enjuagárselas como es debido. Esta forma de distribuir actividades la estimula porque lejos de robarle concentración le permite volver mentalmente a lo leído combinando la labor manual con el intelecto. Modela a mano ya que no tiene torno ni dinero para comprarlo, y no está en sus planes meter uno en el tallercito que es también vivenda puesto que hay necesidades más urgentes. Al tamizar la arcilla interrumpe de nuevo su tarea para distraerse con otro párrafo. No se da cuenta de que rechina los dientes mientras lee. Duda en considerar lo suyo un mal, un vicio. No puede evitarlo, es un acto reflejo y orgánico. Como lectora congénita prefiere la técnica de hacerlo en silencio y con los ojos, pero sobretodo, para adentro, en pletórica intimidad. Una sensación indefinida la induce a vincular su quehacer de alfarera con los caracteres del texto. Quizá porque los signos le sugieren huellas de pájaro en el lodo, o le evocan aquellos vasos que vio una vez en el mercado de Warka, con imágenes de hombres y mujeres leyendo. Ella no es tan hábil para decorar, de modo que se contenta con uno que otro detalle geométrico en sus objetos.
Cuando va a la noria por agua suele tropezarse: con la mirada fija en la lectura no tiene cuidado ante el sendero. Si necesita reunir leña para cocer los cacharros, se da una tregua para continuar con su afición sentada en un tronco. Vive sola y es tan pobre que no le alcanza con su oficio para adquirir libros. La poca gente que le compra vasijas es tan humilde como ella. No pudiendo comprar libros se los escribe ella misma.

sábado, 31 de marzo de 2012

Homo Lectoris 3 (Aporías del lector)



Aporías del Lector

1) Leer no implica superioridad moral.
2) Más que conocimiento y, primero que todo, la lectura pone a la mano el placer.
3) Quien se pronuncie: “No hay libro malo”, no ha leído lo suficiente.
4) Es más gratificante el buen leer que el buen escribir.
5) Leer con calidad. Aunque no existe nada llamado “Lector de primera categoría”.
6) La lectura no es ninguna panacea.  Ya es bastante que a veces cure el aburrimiento.
7) La lectura y los libros constituyen un idilio impráctico. (No conduce a un provecho material).
8) No es ningún despropósito alternar la lectura de dos o más libros en paralelo.
9) Para releer es requisito indispensable leer primero.
10) Releer un buen libro es leer distintos libros.
11) No se puede leer y transmitir oralmente o por escrito la experiencia.
12) Leer ideas es una cosa. Entenderlas, una segunda. Aplicarlas es la tercera.
13) Para fomentar la lectura, nada mejor que declararla ilícita junto con los libros.
14) La lectura es como cualquier religión. Se le pueden imputar todas las virtudes y vicios de la humanidad. Puede conceder consuelo, iluminación, paz interior; o contribuir a la pleitesía y superstición más repugnantes.




sábado, 24 de marzo de 2012

El club de los frustrados


El chef se pegó un tiro porque la gente no contaba con el paladar desarrollado para apreciar sus manjares. El pintor puso veneno en su café porque nadie tenía ojo para su arte. Al atleta lo encontraron suspendido de una soga porque el público ya no vitoreaba sus logros olímpicos. Introduciendo una tostadora de pan en la bañera, el payaso del circo se electrocutó porque sus gracias no hacían reír a nadie. Con un salto desde un precipicio, el meteorólogo dijo adiós al mundo porque sus pronósticos eran interpretados siempre en sentido opuesto. El científico, atándose una piedra, se mantuvo bajo el agua hasta ahogarse porque ningún mortal era capaz de entender sus teorías. El cartero fue hallado con las venas abiertas porque las cartas ya no eran una práctica común entre la gente.
Yo soy más ecuánime y no llego a tales extremos, a pesar de ser un médico desacreditado a quien todos los pacientes se le mueren.

sábado, 17 de marzo de 2012

El hediondista




Tengo un oficio abyecto pero redituable, soy hediondista. Repito: hediondista. Sí, no se rían. Fabrico soluciones fétidas. Las vendo casa por casa recorriendo un exclusivo circuito residencial. Cuento con una amplia gama de productos en catálogo aunque también elaboro material por encargo. He patentado todas mis fórmulas. Es un negocio en pleno crecimiento. Tal vez no lo crean pero los concentrados apestosos tienen gran demanda. Y no hablo únicamente de los que se expenden para gastarle una broma pesada a gente amiga -o enemiga-. De esas sustancias que se embarran en la mano al saludar dejando su impronta hedionda, o las que se colocan debajo de una silla para extender sospechas burlonas entre la concurrencia de una reunión. Para tales prácticas inofensivas proveo el clásico frasquito con tufo a caño tapado o huevo podrido. Pero hay olores sintéticos con fines utilitarios de mayor alcance para los que se requiere habilidad y empeño. Si quieren obligar a alguien indolente para que limpie las alfombras o la tapicería de los sillones y el sofá, rocíen los enseres con mi extracto de vómito postjuerga navideña. Para aquellos que anhelen transportarse cómodamente en un vagón vacío del metro un día laborable a la hora pico, la solución es simple: un artefacto pestífero expansivo de flatulencia perruna. ¿Quieren acaparar la comida en el bufet de una muestra gastronómica internacional? Fácil. Basta abrir una cápsula que libera una mixtura odorante de vegetales pútridos, calcetín de maratonista y transpiración canicular de borracho cervecero. Si intentan desembarazarse de un pretendiente encimoso o de alguna enamorada melodramática, pueden recurrir a mi atomizador bucal con efluvio de mofeta malaya combinado con orina de zorro. Provoca una halitosis más repugnante que expeler gases o un regüeldo de jugos gástricos, impregnándose en el prójimo de modo nefando; cualquier amago de beso desaparecerá ante este infalible compuesto levemente tóxico que trastorna la facultad olfativa hasta por varias horas. Un genuino ataque a la nariz. Ahora bien, lo mío es un trabajo de detalle. No se crea que es cuestión de revolver ingredientes al azar. No. Tiene su método. Mi clientela es exigente y debo traducir a una pestilencia específica su capricho y, sobre todo, sintetizarla en mi laboratorio casero. Hoy, por ejemplo, me toca la entrega de un excéntrico pedido. Un líquido espeso con el miasma de cadáver putrefacto. Encomienda de un predicador, de esos que salen en la tele y actúan como merolicos frente a los incautos. Dice que él es la resurrección y la vida. No me animo a preguntar para qué quiere el menjurje.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Pompas de jabón



en su aposento
el caracol oculto:
me le parezco

tinta en mi mano
mi línea de la vida
se ha prolongado

niños de noche
en charla sobre espectros:
rechina un gozne

moscas cual buitres
en derredor zumbando:
un gorrión muerto

noche de lluvia
un gato entre mis botas
pidiendo afecto












viernes, 9 de marzo de 2012

Mary Tifoidea


Al desembarcar en Nueva York me puse muy nerviosa porque me advirtieron que las autoridades migratorias eran muy estrictas con la higiene y la salud. Por si fuera poco, a los irlandeses nos tenían por mugrientos. Cualquier indicio de enfermedad y adiós América. Mi aplomo durante el interrogatorio fue el mejor pasaporte. ¿Quién puede prohibirle la entrada a una joven a todas luces sana?
Tuve mucha suerte al encontrar empleo como cocinera poco después de mi llegada. Mi habilidad culinaria también fue definitiva. Pero ¿cómo iba a intuir que una elemental sopa de verduras pudiera ser dañina? Con la mitad de mis comensales aquejados por fiebre y dolor de cabeza decidí que era mejor hervir ollas en otra parte. Me aceptaron en un hogar aristocrático. Ahí tuve que recibir a un agente de la policía porque uno de los que paladearon mi sopa había muerto. ¿Era sospechosa? Previendo que no me dejarían tranquila empaqué de nuevo. A mi siguiente trabajo llegó la noticia de otra cadena de enfermos, todos adeptos de mis platillos. Me marcaron como portadora de tifoidea. Mi querella ante la ley fue en vano. Fallecieron dos más. Fue una tortura mi peregrinar entre empleos y alojamientos. Buscando refugio y purificación hube de ocuparme en la cocina de un hospital. Lo supuse un logro mas perdí la batalla. Dicen que contagié a medio centenar. Tengo ya venticinco años en cuarentena, apartada en un rincón del hospital. Al menos tengo mi cabañita. Ya no cocino.

Mary Mallon

sábado, 3 de marzo de 2012

Homo Lectoris 2 (Signos)





Todo comenzó cuando un bípedo peludo fue capaz de comprender un “signo” dejado por uno de sus semejantes. Leyó. Y al leer pudo columbrar la índole de un vecino incógnito. Un símbolo elemental y burdo, pero que representaba algo de su entorno, muy común. Quizá lo reprodujo, justo a un lado, para transmitirle a su prójimo que había captado la idea ya que era muy listo o muy lista. Mejor aún, ante el estímulo de la creatividad ajena se animó a elaborar su propio signo. Y poco después, el otro o la otra (lector o lectrix), al acudir de nuevo al punto de la epifanía logra interpretar la añadidura a su trazo. Mediante un código embrionario leen lo que cada quien ha pensado. En un principio, probablemente el devaneo no les pareció de mucha utilidad. No lo saben pero su invento será un recurso poderosísimo. Al descifrar un garabato se han vuelto otro tipo de criaturas. Con un grafismo ya pueden sugerir lo ausente. Hay imaginación. Leen esa señal figurativa. Bienvenidos al mundo de la lectura.